A algunas películas se debería acudir completamente virgen, sin conocer nada de su argumento por muy breve que este sea. Es el caso de esta película cuya concepción parte de una situación desconcertante tanto para el protagonista como para el espectador.
Un borracho, un loco, un asesino o un ser inocente. A O'Brien se las van a hacer pasar canutas. Él, un tranquilo conservador de arte, sin comerlo ni beberlo, se va a ver envuelto en un lío enorme, lo mismo que el espectador que no va a saber ni por dónde le da el aire.
Nadie es de fiar. Ni siquiera el protagonista. Al espectador le toca fruncir el ceño y tratar de averiguar qué demonios está pasando allí.
-¿Quién leches es Herbert Marshall?. ¿Por qué su esposa (Claire Trevor) parece tan acaramelada con él?. ¿Por qué todos se empeñan en decirme que no pasó lo que yo sé que sí pasó?. ¿O no pasó?. ¿Quién quiere quitarme de en medio?. ¿A quién estoy molestando?. ¿Quién quiere colgarme el muerto y por qué?. ¿Estoy bien de la azotea?.
El pobre O'Brien, admirador del arte clásico, de Durero y Caravaggio, de Rembrandt y Boticelli y profundo detractor del arte surrealista y abstracto (es muy bueno el discurso que hace sobre el concepto de arte) se verá sumido en una trama surrealista cuando su cabeza colapse. Ironías del destino. Dalí se estará descojonando. A ver cómo sale del enredo.