La primera de las tres películas que forman la trilogía de los colores, que coinciden con los de la bandera francesa, es tan compleja como intentar pronunciar el nombre de su director del tirón y sin atragantarse.

No compleja en cuanto a la trama, una mujer pierde a su familia y decide no rehacer su vida, sino compleja en la forma que se debe percibir. Es de ese tipo de películas no aptas para público conformista, cine completamente incompatible con las palomitas y los politonos.

Carece de acción, como tantas veces la vida misma y de ahí que sea un film honesto donde la simbología de los planos y los colores, ante todo ese azul que mucho tiene que ver con la libertad e incluso con la esperanza, son los que marcan el ritmo, lento e hipnótico, que nos hace cambiar el modo de mirar las cosas acercándonos al trasfondo de esa sencillez que no es para nada tan sencilla como a primera vista.

Cabría destacar la interpretación de Juliette Binoche, pero en realidad eso no es ninguna sorpresa.



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