Realmente, que te caiga en las manos un guión tan redondo como el de “Perfectos desconocidos” es un caramelo para cualquier director. Si encima es alguien de la experiencia de Álex de la Iglesia se entiende que lo haya transformado en una deliciosa comedia en la cual todo encaja a la perfección. Apoyado en un excelente grupo de actores que se hacen suyos a sus respectivos personajes con una naturalidad pasmosa (mención especial para Ernesto Alterio y Pepón Nieto, sin olvidar al siempre sobresaliente Eduard Fernández), el director vasco teje un entramado de traiciones y situaciones equívocas con la suficiente habilidad para que ni su estructura teatral merme en ningún caso la capacidad sugestiva que caracteriza su cine. Y es justo ahí donde encontramos lo mejor de la película, el texto enriquecido con planos y contraplanos como testigos de las acciones y las reacciones, de las réplicas y contraréplicas que nos sumergen en la cena como un invitado más. Sin apenas forzar las situaciones, “Perfectos desconocidos” se va desarrollando a golpe de timbre telefónico, subiendo permanentemente la tensión hacia un final que se adivina dramático, en el que los móviles acaban convertidos en las armas más mortíferas.

Lo mejor: la subtrama entre Antonio y Pepe.

Lo peor: que abuse de los tópicos.