Michael Douglas se puso bajo la caracterización del prototipo de ciudadano cansado, hartado y hastiado de la vida cotidiana en un perturbador papel que a las antípodas de otros más reconocidos y que le encasillaban como el ejemplo de hombre de ambición y éxito como el de Gordon Gekko de “Wall Street” (1987) de Oliver Stone o incluso el de Nicholas Van Orton en “The Game” (1998) de David Fincher; multimillonarios sedientos bajo su sed de poder puestos a prueba por circunstancias externas.

En la película de Schumacher parece situarse en el polo opuesto aunque dispuesto a mantener las formas de una correcta manera de ciudadano modelo. D-Fens (apodado así su personaje y cuyo apodo está grabado en la matrícula de su coche) emprende un aventura por la jungla urbana que hasta ese momento de impaciencia súbita provocado por el ruidoso colapso de tránsito camino del trabajo desconocía y que es testigo de un medio que ha cambiado en los años y que lucha por sobrevivir en él como su se tratase de un campo de batalla hecho a la medida de sus desahogos de ira. Su frustración le lleva a exteriorizar realmente sus impulsos agresivos (desde no comprender los altísimos precios impuestos en un economato regentado por un coreano a enfrentarse contra una banda latina por estar un rato tranquilo sentado en un solar).

Por otra parte el personaje del policía interpretado por Robert Duvall goza del mismo perfil de D-Fens, en los años Ha aceptado sus frustraciones, una tragedia familiar y manteniendo el tipo pese a las romas de sus compañeros. La resignación contra la rebeldía entre ambos personajes caracteriza éste tenso thriller firmado por Joel Schumacher (Un Toque de Infidelidad), en uno de los mejores momentos de su carrera.