Con Breaking Bad como obligada referencia, cualquiera que haya visto y disfrutado esta inolvidable serie se ve obligado a hacerse la siguiente pregunta ¿Merece existir este spin off protagonizado por Saul Goodman, el abogado delincuente asesor “legal” del dúo White-Pinkman?
La respuesta es un rotundo sí, y por derecho propio, no como una mera expansión del universo Breaking Bad.

Un estupendo Bob Odenkirk se pone a los mandos del nuevo proyecto del genio Vince Gilligan y consigue conducirlo con estilo y personalidad.
Personajes comunes como Mike (Jonathan Banks) o Tuco (Raymond Cruz) vuelven a hacer su aparición para gozo de los fans y otros nuevos se incorporan al reparto de forma natural y sin que ninguno de ellos chirríe lo más mínimo.

Un plantel actoral bien engrasado es un buen punto de partida, pero hay más. Los guiones escritos por el equipo de Gilligan están llenos de grandes momentos y brillantes ocurrencias, si bien por momentos parecen carecer de cierta cohesión y regularidad. Se podría decir que adolecen de cierto, vamos a decirlo así, desorden.

Aun así la serie en su conjunto convence conjugando drama, comedia, intriga e incluso romance sin que acabe de decantarse claramente por ninguno de estos géneros (aunque por puntos, podría decirse que el drama acaba por imponerse levemente).

Pero sin duda, si tuviera que descartar alguna virtud en particular, esa sería la transformación de Jimmy McGill en Saul Goodman. Un personaje muy humano por el que el espectador puede sentir auténtica simpatía.
Eso sí, sin olvidarme del emotivo capítulo dedicado a desvelar el trágico pasado de Mike (otro personaje que me encanta), el tipo más duro en la ciudad.

Si le dan una oportunidad tendrán entretenimiento de calidad garantizado desde el mismo momento en que la encantadoramente cutre y breve cabecera hace su aparición en la pantalla. Palabra de Saul.