Maravillosa película. Quién tuviera la oportunidad de montarse en un coche de caballos y retroceder en el tiempo a ese lugar que para nosotros hoy es un sueño.
Será París, será esa música de los años veinte, será Hemingway. A tantos nos gustaría poder salir de nuestra vida por unas horas, y dejarnos llevar.
Queda claro en la película, como todos valoramos más aquello que fue, y no esto que es, y queda claro también que no podremos ser felices nunca si no apreciamos lo bueno de lo que está aquí y ahora. Sin embargo, por mucho que nos lo den como clave para ser felices de verdad, quizá tengamos que conformarnos con esta felicidad imaginada. Quizá no sea necesario que nos busque nuestro coche de caballos, quizá solo lo sea soñar, y trasladarnos al mundo que construiríamos ahora, un mundo que es nuestro, que nadie conoce.

Cerremos los ojos, y seamos nosotros quienes busquemos nuestro coche de caballos, para que cuando nos despertemos, como Gil, nadie sepa donde hemos estado, y que el resquicio de ese sueño, sea una sonrisa en la cara, de felicidad imaginada, de esperanza, y de ganas de volver a cerrar los ojos, para que esa sonrisa nunca desaparezca.