No nos engañemos; si vamos a ver una película de Tony Scott, sabemos a lo que nos exponemos: acción trepidante, explosiones sin cuento, venganzas y ajustes de cuentas, carreras, sudor, sangre, héroes planos, algún que otro personaje oscuro y el agridulce triunfo del Bien. Es decir, cine de entretenimiento para consumo masivo, que se ve y se olvida. ¿Para que quiere Tony un guión coherente, siempre que haya tiros, muertos y especialistas saltando por los aires? Si el protagonista sabe poner cara de palo, ¿para qué vamos a ahondar en su personalidad, si así lo único que conseguimos es liar a los palomiteros que van a ver sus pelis? Si el operador de cámara tiene el Parkinson, ¿para qué vamos a contratar uno sano, con lo bonito que son los movimientos espasmódicos? Sí, claro, está por ahí “Amor a quemarropa”, pero eso fue una raya en el agua; en realidad, él no quería, le obligaron. Ridley, que es un abusón…

Es lo que hay, y Tony nunca miente ni defrauda (no como su hermano, ya que estamos…)