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7
6.2
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Drama
Adapted from George Crile's book, Charlie Wilson's War tells the story of a rogue congressman and CIA agent who found the means to secretly arm rebels to fight against invading Soviet troops in Afghanistan in the early 1980s.
Language of the review:
- es
April 11, 2008
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Guerra fría de principios de los años 80. El ejército afgano se defiende laboriosamente de un enérgico ataque militar de la Unión Soviética. Mientras tanto, el congresista estadounidense Charlie Wilson (Tom Hanks), más reconocido en el capitolio por su extravagante vida personal que por sus cualidades políticas, se encuentra lejos de pensar que es allá -a miles de kilómetros de su Texas- donde se convertirá en un personaje históricamente inolvidable.
Joanne Herring (Julia Roberts), católica conservadora, radical anticomunista, amante esporádica de Wilson, multimillonaria, y glamurosa, promueve el viaje de éste hacia Afganistán. Su objetivo: convencerlo de gestionar en el congreso de Estados Unidos un mayor apoyo financiero dirigido al ejército afgano para fortalecer su lucha contra los soviéticos. A esta combinación de rubia metida en asuntos internacionales y político corrupto, se le suma la participación de Gust Avrakotos (Seymour Hoffman), agente de la CIA, apasionado de los grandes retos, quien asume el rol de estratega.
Joanne Herring (Julia Roberts), católica conservadora, radical anticomunista, amante esporádica de Wilson, multimillonaria, y glamurosa, promueve el viaje de éste hacia Afganistán. Su objetivo: convencerlo de gestionar en el congreso de Estados Unidos un mayor apoyo financiero dirigido al ejército afgano para fortalecer su lucha contra los soviéticos. A esta combinación de rubia metida en asuntos internacionales y político corrupto, se le suma la participación de Gust Avrakotos (Seymour Hoffman), agente de la CIA, apasionado de los grandes retos, quien asume el rol de estratega.
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Spoiler:
Todas estas circunstancias son reales; tanto, que constituyen un material perfecto para un documental de televisión. Pero los realizadores deseaban una película. Y en Hollywood quien dice película dice entretenimiento: personajes que generen identificación con el espectador, enfrentamientos entre buenos y malos, conflictos personales y demás. Así las cosas, la distancia entre un material biográfico con tono dramáticamente documental y una película atractiva para el espectador común, se pretende librar con dos recursos narrativos.
En primer lugar, el contar la historia en clave de comedia. Ésta es una decisión polémica, porque no son pocas las contradicciones que genera el mostrar la guerra rodeada de risitas fofas y chistes socarrones. En segundo, resaltar la excentricidad de un personaje principal, en este caso el congresista, cuyo nombre da el título en inglés a la película. Se buscó darle textura a la silueta del político, por lo cual se exagera lo de su afición a las drogas, la corrupción, las mujeres y el licor. El conjunto de estas dos decisiones, en un director que ha ganado los premios más apetecidos de la industria del entretenimiento (Oscar, Grammy, Emmy...) pueden conducir a confusiones, y algo de ello puede verse en una película que no termina de ser ni contundente como autocrítica ni evasiva como una defensa.
Con todo, buena parte del peso del filme queda en las interpretaciones. De los tres personajes principales (el congresista, la rubia y el agente de la CIA), el que recibe mejor actuación es el del agente: corrosivo y gracioso, perspicaz e intuitivo, Philip Seymour Hoffman continua su costumbre de apropiarse del peso narrativo de los filmes en los que participa. Por su parte, Tom Hanks actúa con una naturalidad tal, que uno no sabe si él se acomoda a los personajes, o los personajes a él, pues le vemos espontáneo, tranquilo, cómodo, al darle vida al congresista Wilson.
Es a Julia Roberts a quien no le sentimos ni la comodidad de Hanks ni la fuerza contenida de Hoffman, por andar extraviada entre el glamour de sus vestidos, la sutileza de su sonrisa, y la belleza de su rostro, en medio de asuntos de guerra.
Situados en el 2008, sabemos bastante del desenlace de la intervención estadounidense en ese conflicto. Frente a ese antecedente, Juego de poder es ambivalente porque no decide abiertamente una posición. Continuamente deja claves sutiles que el espectador deberá reunir para sacar su conclusión. Sin embargo, no hay lugar para el típico final triunfante, donde solo caben la certeza y el orgullo por lo que se hizo. Así, esta película explora ese mismo tono -a veces sutil, a veces exaltado- de inconformidad que se encuentra disperso en diálogos, imágenes, argumentos y personajes del cine norteamericano reciente.
En primer lugar, el contar la historia en clave de comedia. Ésta es una decisión polémica, porque no son pocas las contradicciones que genera el mostrar la guerra rodeada de risitas fofas y chistes socarrones. En segundo, resaltar la excentricidad de un personaje principal, en este caso el congresista, cuyo nombre da el título en inglés a la película. Se buscó darle textura a la silueta del político, por lo cual se exagera lo de su afición a las drogas, la corrupción, las mujeres y el licor. El conjunto de estas dos decisiones, en un director que ha ganado los premios más apetecidos de la industria del entretenimiento (Oscar, Grammy, Emmy...) pueden conducir a confusiones, y algo de ello puede verse en una película que no termina de ser ni contundente como autocrítica ni evasiva como una defensa.
Con todo, buena parte del peso del filme queda en las interpretaciones. De los tres personajes principales (el congresista, la rubia y el agente de la CIA), el que recibe mejor actuación es el del agente: corrosivo y gracioso, perspicaz e intuitivo, Philip Seymour Hoffman continua su costumbre de apropiarse del peso narrativo de los filmes en los que participa. Por su parte, Tom Hanks actúa con una naturalidad tal, que uno no sabe si él se acomoda a los personajes, o los personajes a él, pues le vemos espontáneo, tranquilo, cómodo, al darle vida al congresista Wilson.
Es a Julia Roberts a quien no le sentimos ni la comodidad de Hanks ni la fuerza contenida de Hoffman, por andar extraviada entre el glamour de sus vestidos, la sutileza de su sonrisa, y la belleza de su rostro, en medio de asuntos de guerra.
Situados en el 2008, sabemos bastante del desenlace de la intervención estadounidense en ese conflicto. Frente a ese antecedente, Juego de poder es ambivalente porque no decide abiertamente una posición. Continuamente deja claves sutiles que el espectador deberá reunir para sacar su conclusión. Sin embargo, no hay lugar para el típico final triunfante, donde solo caben la certeza y el orgullo por lo que se hizo. Así, esta película explora ese mismo tono -a veces sutil, a veces exaltado- de inconformidad que se encuentra disperso en diálogos, imágenes, argumentos y personajes del cine norteamericano reciente.