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Rómulo rating:
7
2015
Todd A. Kessler (Creator), Glenn Kessler (Creator) ...
6.8
2,891
Language of the review:
- es
December 31, 2021
2 of 3 users found this review helpful
Bloodline
A los dioses no les atormentaba perder el tiempo porque eran inmortales. Sólo para los seres humanos, a los que el tiempo concedido es finito, la idea en cuestión cobra sentido.
Pero este cronista, contradiciendo la muy sensata reflexión del resto de los mortales, lo único que ha hecho durante toda su vida es perder el tiempo. Y es que a mí, qué quieren que les diga, perder el tiempo me ha resultado siempre muy, pero que muy gratificante.
Desde muy joven, los mejores y más felices momentos de mi vida venían irremisiblemente asociados al tiempo perdido, por lo que jamás se me ocurrió ir en su busca como hiciera el insigne y algo estomagante monsieur Proust.
De manera que, desde muy temprana edad, decidí dedicar mi vida a perder todo el tiempo que me fuera posible. Y, oigan, la fórmula no me ha ido tan mal pues a mis 76 lustrosos años continúo encantado con el descubrimiento.
Viene a cuento tan fatigoso preámbulo porque acabo de ver “Bloodline”, una serie estadounidense de 33 episodios, a cual más estremecedor, turbio y violento, distribuidos en tres apasionantes temporadas. Es decir, 33 maravillosas horas perdidas destinadas a enriquecer mi ya abultada agenda estadística.
En el paradisiaco marco de los Cayos de Florida, la respetada y modélica familia Rayburn regenta con éxito desde hace 40 años un precioso complejo hotelero en Florida Key. Pero no todo lo que reluce es oro, reza una de las máximas más populares del refranero español.
Poco a poco, y a través de una compleja red de tramas y subtramas en las que una serie de variopintos personajes van aportando emoción y suspense a la historia, iremos descubriendo la gran verdad que encierra el sabio proverbio castellano.
Porque una vez franqueados los muros de la bruñida fachada de los Rayburn, quedaremos atrapados en la oscuridad de su cavernoso pasado y sumergidos en la claustrofóbica y enrarecida atmósfera que sus creadores han imaginado de forma tan brillante como angustiosa.
“Bloodline” es como montarse, sin cinturón de seguridad, en el primer vagón de una gigantesca montaña rusa de vertiginosos y continuos desniveles sin un segundo de respiro para recuperar el aliento.
Un elenco de magníficos actores contribuyen a proporcionar credibilidad y coherencia al relato entre los que destacan Kyle Chandler como John, Ben Mendelsohn como Danny, Norbert Leo Butz como Kevin y Linda Cardellini como Meg, dando vida a los hermanos Rayburn junto a la poliédrica e intrigante Sissy Spacek en el papel de Sally, la omnipresente matriarca de la familia.
La estupenda fotografía de Jaime Reynoso y Darren Lew, en la que no faltan prodigiosas tomas cenitales recorriendo de punta a punta la interminable hilera de manglares, plasma el luminoso paisaje de este, todavía, casi virginal paraíso del oeste caribeño.
Dóciles olas de un mar de aguas limpias y transparentes mueren acariciando la blanca arena de sus playas y una exuberante vegetación donde las palmeras cobran especial protagonismo, conforman un idílico paisaje en el que la paz y el silencio apenas se ven alterados por el relajante susurro de una suave brisa o el sordo graznido de alguna gaviota.
Y, también, de pronto, el ruido ensordecedor de una tormenta tropical oscurece el cielo confiriendo al entorno un lóbrego aspecto fantasmagórico. Tal vez, para recordarnos, como el contrapunto de una cruel metáfora, que, finalmente, ningún paraíso es eterno.
Emilio Castelló Barreneche
A los dioses no les atormentaba perder el tiempo porque eran inmortales. Sólo para los seres humanos, a los que el tiempo concedido es finito, la idea en cuestión cobra sentido.
Pero este cronista, contradiciendo la muy sensata reflexión del resto de los mortales, lo único que ha hecho durante toda su vida es perder el tiempo. Y es que a mí, qué quieren que les diga, perder el tiempo me ha resultado siempre muy, pero que muy gratificante.
Desde muy joven, los mejores y más felices momentos de mi vida venían irremisiblemente asociados al tiempo perdido, por lo que jamás se me ocurrió ir en su busca como hiciera el insigne y algo estomagante monsieur Proust.
De manera que, desde muy temprana edad, decidí dedicar mi vida a perder todo el tiempo que me fuera posible. Y, oigan, la fórmula no me ha ido tan mal pues a mis 76 lustrosos años continúo encantado con el descubrimiento.
Viene a cuento tan fatigoso preámbulo porque acabo de ver “Bloodline”, una serie estadounidense de 33 episodios, a cual más estremecedor, turbio y violento, distribuidos en tres apasionantes temporadas. Es decir, 33 maravillosas horas perdidas destinadas a enriquecer mi ya abultada agenda estadística.
En el paradisiaco marco de los Cayos de Florida, la respetada y modélica familia Rayburn regenta con éxito desde hace 40 años un precioso complejo hotelero en Florida Key. Pero no todo lo que reluce es oro, reza una de las máximas más populares del refranero español.
Poco a poco, y a través de una compleja red de tramas y subtramas en las que una serie de variopintos personajes van aportando emoción y suspense a la historia, iremos descubriendo la gran verdad que encierra el sabio proverbio castellano.
Porque una vez franqueados los muros de la bruñida fachada de los Rayburn, quedaremos atrapados en la oscuridad de su cavernoso pasado y sumergidos en la claustrofóbica y enrarecida atmósfera que sus creadores han imaginado de forma tan brillante como angustiosa.
“Bloodline” es como montarse, sin cinturón de seguridad, en el primer vagón de una gigantesca montaña rusa de vertiginosos y continuos desniveles sin un segundo de respiro para recuperar el aliento.
Un elenco de magníficos actores contribuyen a proporcionar credibilidad y coherencia al relato entre los que destacan Kyle Chandler como John, Ben Mendelsohn como Danny, Norbert Leo Butz como Kevin y Linda Cardellini como Meg, dando vida a los hermanos Rayburn junto a la poliédrica e intrigante Sissy Spacek en el papel de Sally, la omnipresente matriarca de la familia.
La estupenda fotografía de Jaime Reynoso y Darren Lew, en la que no faltan prodigiosas tomas cenitales recorriendo de punta a punta la interminable hilera de manglares, plasma el luminoso paisaje de este, todavía, casi virginal paraíso del oeste caribeño.
Dóciles olas de un mar de aguas limpias y transparentes mueren acariciando la blanca arena de sus playas y una exuberante vegetación donde las palmeras cobran especial protagonismo, conforman un idílico paisaje en el que la paz y el silencio apenas se ven alterados por el relajante susurro de una suave brisa o el sordo graznido de alguna gaviota.
Y, también, de pronto, el ruido ensordecedor de una tormenta tropical oscurece el cielo confiriendo al entorno un lóbrego aspecto fantasmagórico. Tal vez, para recordarnos, como el contrapunto de una cruel metáfora, que, finalmente, ningún paraíso es eterno.
Emilio Castelló Barreneche