Serie que narra las visicitudes del señor Selfridge en su apertura del gran centro comercial que aún lleva su nombre y las de sus empleados en la empresa y en su vida personal.
Se unen así unas actuaciones rápidas, resueltas, que cuentan el problema que tienen y no se quedan estancadas en un guión inconsistente o ñoño.

Lo que más llama la atención de esta serie son dos cualidades: su dinamismo y su realismo. Todo se lleva a cabo de una manera civilizada, intentando sacar el lado más optimista posible en cualquier caso por horripilante que sea. Jeremy Piven hace una gran labor, aportando a su personaje una energía innata. La Inglaterra de principios de siglo XX está muy bien retratada, así como las historias personajes, las sociales y el comportamiento humano en todo su esplendor. La serie no peca de un falso idealismo, ni tampoco de serán las historias de mostrador-cliente aburridas, sino todo lo contrario.

Los actores hacen un gran trabajo, pero las actuaciones hacen de esta serie algo que tener en cuenta. Gran vestuario y fotografía. Sólamente algunos secundarios innecesarios y molestos constituyen el punto más débil de la historia.