Curioso western crepuscular que nos cuenta la (presumiblemente) última aventura del bandido Robert LeRoy Parker, más conocido como “Butch” Cassidy.

Pero eso y el hecho de que nos encontremos con una película del oeste a estas alturas en las que el género no consigue “resucitar” del todo, a pesar de algunos loables intentos de reanimación (véase “3:10 to Yuma” (2007) de James Mangold), es lo de menos.

Lo importante es la fascinación que se le nota a Mateo Gil por el western y las secuencias que, gracias a eso y a su esforzado trabajo, consigue arrancarle a un guión (Miguel Barros) algo lineal y blandengue, que casi (sí, casi) rozan un lirismo onírico que podrían haber conseguido llevar al espectador hasta una especie de arrebato místico.

Sin embargo (y es una pena), Gil se queda a las puertas de conseguirlo, como si le fallaran las fuerzas en el momento crítico; como si se le fuera el santo al cielo en el momento de acercar la cámara a los disparos, a los rostros, a la composición de las figuras y de las situaciones.

En resumen, que podría haber sido una película más que interesante y se nos queda (como agua escurriéndose irremediablemente entre las manos) en un digno entretenimiento artesanal.