... tendría un valor limitado.
Es bastante más que eso. Tiene una factura excelentísima en muchos planos urbanos; sobre todo en las imágenes de Detroit, una ciudad con una dureza social no atemperada por un clima amable. Trata sus calles con un criterio casi de bodegón urbano (si la contradicción se admitiera), y las convierte en un personaje más de la historia de Rodríguez.
Al margen de la peripecia vital (tampoco muy detallada respecto a los últimos años) de este hombre, cuenta la película la formación, casi azarosa, de la memoria sentimental de gente capaz de emocionarse con músicas cuyo destino natural no podía ser precisamente ese; de algún modo es como esas personas que aparecen en nuestras fotografías de vacaciones admirando los mismos monumentos o disfrutando de las mismas playas que nosotros: se cuelan para siempre en nuestra historia, como la música de Rodríguez voló de los suburbios de Detroit hasta colarse en los sentimientos de muchos ciudadanos de Sudáfrica en una época dura de su historia. En realidad, esta película gira en torno a esa doble historia de desconocimientos: él ignoraba ser un mito en Sudáfrica; y sus fans sudafricanos lo desconocían todo de este músico.
No olvido la emoción de sus hijas, sobre todo de la pequeña, al hablar de él, de lo que fue su coherencia vital, y el reencuentro con la música en unos conciertos en Sudáfrica. En fin, sensible sin blandenguerías.
De verdad que es una película que vale la pena, no os la perdáis, incluso aunque no guste la música americana de los 70, ni los documentales... Esta peli tiene algo atractivo para cualquiera a quien, simplemente, le guste el cine.