"American Beauty", posee la ya escasa cualidad de depositarse, a su término, en una cinta que rebasa lo inolvidable y, con ello, una inevitable necesidad de revisarla una y otra vez para ver si al menos uno puede saciarse un poco de esa esencia mágica que lleva consigo.

Sam Mendes nos regala una historia simple y convencional, tan cercana a la realidad o, incluso, a nuestra casa de al lado que esta "ficción" se vive, se sufre y se toca. Pero precisamente sobre ese argumento usual en cualquier película norteamericana se desprende un derroche de sensibilización admirable y un alcance de utopía convertida en veracidad que la vuelven un producto de factura única y, por supuesto, de insuperable satisfacción.

Kevin Spacey (ídolo) y Annette Bening (magistral) encabezan un elenco estelar haciendo gala de un talento irreprochable que componen los estereotipos de película ya típicos pero con alma, y el acompañamiento de los adolescentes, va a la altura de las estrellas adultas.

Admirable, inspiradora, sincera y, también demoledora, "American Beauty" nos retrata el encuentro de la verdad en los sueños, las penosas apariencias y una contundente crudeza en la forma de ver pasar la vida de una forma tan efímera y apresurada. Y precisamente por ello, creo que no volveré a ver la vida y un pétalo de rosa de igual manera.

De visión obligatoria.