Había leído maravillas de esta película y, como suele suceder, no es para tanto.
Muchos sobrevaloran las atrevidas escenas de sexo. Lo que tiene valor siempre no es el atrevimiento sino las imágenes al completo servicio de la narración y no es el caso.
Esas escenas tan explícitas son presuntuosas la mayoría de las veces. "Soy transgresor", grita el director con estas escenas. Y yo no quiero oír al director, quiero oír una gran historia. Y esta no lo es.
Es anecdótica y algo tediosa de nuevo por culpa de una narración exasperante y bastante petulante, con planos eternos que agotan. Un plano necesita un tiempo concreto para aportar la información necesaria al espectador. Pues aquí el plano sigue delante muchos segundos después de que hayamos interpretado de sobra esa información. ¿Se le quedaba corto el metraje? ¿O de nuevo el director se quiere hacer notar y se convierte en un intruso indeseable?
Por lo demás, los actores están bien. El personaje más interesante es el del hombre sentado, así como el del inspector que se encarga de emitir el mensaje de la película. Un mensaje interesante y acertado que de nuevo queda algo empañado por un director que confunde la originalidad con el aburrimiento ( esa insistente forma de contar cómo aparca su coche el protagonista, cómo llega, cómo saluda, zzzzzzzzzz).
Otro pero... ¿Por qué las películas de temática gay tienen que desbordar sexualidad? Delatan una obsesión que es precisamente la que se critica con lo cual el director cae en aquello que critica.
Una película curiosa pero para nada tan memorable y necesaria como decían los críticos.
Claro que los críticos suelen ser tan pedantes como este estilo de dirección y por eso les gusta.