No conozco personalmente a Jonás Trueba. Así que no puedo asegurar que en su primera película, “Todas las canciones hablan de mi”, haya volcado vivencias y sentimientos autobiográficos. Sí afirmo que o bien es así o ha conseguido interiorizar comportamientos que ha observado a su alrededor junto a emociones y confidencias compartidas.

Todo ello para elaborar una película de apariencia sencilla, que va creciendo en intensidad y culmina en una escena final excelente, en la que la combinación entre imágenes y música se funde en un todo apasionado y arrebatador. El tema musical escogido, Silence is the question, de The bad plus.

Jonás tenía algo importante que contar y lo hace de forma personal, atendiendo a la forma y cuidándose al tiempo de caer en el manierismo.

Entre el grueso de películas mainstream sobre el cuento de hadas del amor incipiente y las letras de las canciones sobre el desamor, Trueba nos presenta un personaje central que se descubre tan absoluta y ciegamente enamorado como probablemente ya no correspondido. Y la presentación de la situación es tan naturalista, tan sincera y el trato a la inteligencia de la concurrencia tan respetuoso, que el descubrimiento tiene lugar al mismo tiempo por espectador y personaje.

En el correcto desarrollo de la trama cobra gran valor la magnífica actuación de un amplio elenco de actores jóvenes quienes, fieles a la tradición de los secundarios en España, protagonizan con maestría los episodios propios.

Entre todos, destaca la fantástica normalidad de Oriol Vila, de quien me atrevo a afirmar que no es en su vida real como su personaje, que no cojea y que no arrastra la serie de elementos identificativos, físicos y emocionales del protagonista.

Junto a ellos, el retrato del Madrid contemporáneo, un personaje más en el argumento y la tensión refractaria entre quienes fueron pareja, configuran una cinta que admite y pide segundos visionados en los que sigue creciendo el crédito de su esplendoroso director.