La guerra se asocia en nuestro imaginario con la muerte en el frente y con la ruina causada por los bombardeos en las ciudades. La idea de nazismo se relaciona, además, con los campos de concentración y la persecución con especial inquina de ciertas razas, etnias, orientaciones sexuales… Pero a ciertas personas, la destrucción les persigue después del armisticio, durante toda su vida posterior. Como ilustra «Mi tierra», el primer largometraje del realizador austriaco Fritz Urschitz.

Así le ha sucedido a Fritz, el padre de la protagonista. Un austriaco residente con su familia en una mansión en Viena, obligado a huir del nazismo, dejando atrás sus pertenencias y muchas vidas queridas, y con el impulso contenido de regresar a su propio hogar para recuperarlas. Un exiliado que es recogido, no acogido, en Londres en un campo de prisioneros por su procedencia de un país enemigo. Y que nunca supera los límites de la pura supervivencia.

Junto a él crece su hija Rosemary, el futuro. Y el relato, como sin darse cuenta, se va desplazando hacia la peripecia de la joven, cuyo crecimiento natural conduce a la superación de un pasado violento que ella apenas conoció.

Urschitz no desea centrarse sólo en cómo la nueva vida surge y crece, sino que pone el énfasis en cómo los nuevos protagonistas tampoco aceptan las viejas convenciones. Y cómo su progreso afecta a las formas de relacionarse y amar, transformando el mundo anterior en otro en el que, en este caso particular, surge una mujer fuerte e independiente, valiente y capaz.

Destacan en este film la ambientación de la época a través del trabajo de vestuario y localizaciones. Junto a ello, la fotografía que capta la penumbra de un Londres siempre lluvioso. Rodado en la costera ciudad británica de Folkestone, además de las ya nombradas Viena y Londres, cuenta con un fondo musical bellísimo y un metraje muy bien ajustado. Lo que le permite discurrir sereno, dejando un poso muy agradable.