Hacía mucho que no veía en la pantalla una historia de amor tan emocionante y a la vez tan creíble; contada con todos los elementos narrativos de lo cotidiano. Desde luego la interpretación de Adèle Exarchopoulos es extraordinaria. Hay momentos en que uno siente el impulso de atravesar la pantalla y correr a consolarla. El sexo está muy presente, con escenas de cama que rozan los límites entre lo interpretado y lo vivido, o eso parece. No se puede decir, sin embargo, que estén a un paso de la pornografía, porque lo porno -contra lo que pudiera parecer- no busca el verismo sino la exhibición extrema, y aquí se trata de hacer visible la pasión del modo más eficaz y sencillo. La narración es morosa y detallista, con largas escenas en las que asistimos al mundo interior de Adèle, a su felicidad o su soledad, según toque. Hay algo de "cine verité", de presunto documental que trata de los sentimientos y el comportamiento sexual de los animales humanos. No pasa nada, no se cuentan hechos extraordinarios ni hazañas ni heroísmos. Podría estar en la línea del cine de Rohmer o de Goretta -de hecho la historia se parece un poco a la de "La encajera"-, si le quitáramos la sexualidad explícita. Es solo la vida amorosa de una mujer joven que busca su identidad. Solo eso, pero ¿para qué más?