Ridley Scott nos deleite en su debut con una estupenda película que presagiaba futuros éxitos antes de que la fama y la modernidad lo convirtieran en un director del montón.

La historia del teniente Armand Dhubert que se ve acosado durante años y años por el pendenciero y brabucón teniente Ferand para que se bata en duelo es sencilla pero está muy bien narrada. El motivo del enfrentamiento es banal pero la testarudez de Ferand y el sentido del honor de Armand les impide poner fin a los mismos. Por eso, pese a sus diferencias llegan a respetarse mutuamente.

Parece mentira que los duelos que se reflejan tengan esa perfección estética, esa belleza, esa plasticidad, y que pese a los años que han pasado desde que se filmara esta película, con lo que se ha perfeccionado la técnica y los medios, no se hayan superado.

Lo cierto es que la película mantiene el ritmo estupendamente. Pese a la distancia temporal (pasan más de 15 años) y geográfica (Francia, España, Alemania, Rusia) se mantiene perfectamente la unidad de acción: cada vez que se cruza Armand con Ferand te se hace un nudo en el estómago. Uno llega a simpatizar bastante con Armand y despreciar a Ferand por su empecinamiento mortal.

Del mismo modo, en todos los duelos se logra mantener la tensión por lo incierto del resultado especialmente en el duelo final (magnifícamente preparado mediante la descripción de la vida "aburguesada" de Armand) en el que no tienes ni idea de como va a acabar.

A destacar igualmente la gran actuación de Harvey Keitel y también de Keith Carradine.