No todos los cuentos de hadas tienen magia. Por muy imaginativa u fantasiosa que sea, por muchos efectos especiales que meta, por muy original que resulte, una película tiene que tener esa cosa llamada encanto, magia o, en términos más lolailos, duende para enganchar con el público por muy infantil que sean los espectadores a los que va dirigida (si encima pretende ilusionar a adultos mejor ya ni hablamos).

Pues por increíble que parezca (yo apenas me lo creo a estas alturas), “Penélope” reúne todas las cualidades anteriores y encima, si hay algo que le sobra, es magia. “Penélope” es una película mágicamente alegre, con ritmo, con energía y original en la forma (y parte del fondo). Vale, sí, coge un poco del patito feo, del cerdito valiente, de Amelie y de la bella/bestia… pero aunque el trasfondo está más que visto, su desarrollo, su vitalidad y su humanidad consiguen hacer que nos identifiquemos con los protagonistas, que sintamos sus alegrías y sus penurias, sus subidones y sus decepciones y que durante dos horas formemos parte de un mundo de realidad ficticia o de ficción real.

Una joya con la que entretener a los sobrinos pequeños y sentirse un poco más optimista después de verla. Quien sabe, a lo mejor hay esperanza más allá de la crisis y de las noticias del telediario.