Tercera película de Ingmar Bergman, en la que ya se atisban las claves de lo que sería una de las carreras cinematográficas más interesantes del siglo XX. Se trata de una preciosa historia de amor entre un joven marinero algo jorobado, ninguneado y maltratado por su padre, capitán de barco, y una muchacha con la que precisamente su progenitor espera superar la vejez y la ceguera. Contada en flashbacks desde la vuelta del enamorado en busca de su amada, tras siete años de ausencia, es una de las pocas películas del maestro sueco en que se presupone que la felicidad es posible, pese a los sufrimientos y las puñaladas por la espalda que te propinan quienes te rodean. Además, se insinúa una relación bígama cuando la esposa del capitán acepta la aparición de su amante y decide cuidarle cuando pierda la vista. La fotografía es espléndida, y hay leves apuntes musicales, que irán desapareciendo de sus obras posteriores. Sólo la música de la palabra. Excelentes interpretaciones, como es habitual en su filmografía, y pese a tratarse de una obra teatral jamás se filtra esa sensación claustrofóbica que malogra otras cintas. Para amantes del gran Bergman.