“¿Quieres escuchar un cuento?”
Así se abre esta película, y no me podría dejar más contento: me encantan los cuentos.

Pero es que ‘Wildling’ no es un cuento.
Simplemente es el enésimo ejemplo de que jugar a las adivinanzas con el espectador puede salir muy mal, sobre todo si ya sabe por dónde vas.
A saber, una adolescente es rescatada de su cautiverio en un sótano, donde su padre no le dejaba salir y le inyectaba soluciones para retrasar el estrógeno: Anna se ha quedado niña, mental y físicamente, por culpa de un hombre que juraba que la protegería.

Sabiendo eso, es normal que sus primeras reacciones ante la gente sean el pánico y el desconcierto, porque no son su padre, no son esa figura que la llenaba la cabeza de fantasmas para tenerla retenida.
Pero, poco a poco, gracias a la ayuda de una madre sustituta, la policía que la encontró, logra ponerse a la altura de su edad, y experimentar todo lo que se perdió: amigos, educación, depilación, un fiestón… etc
Aunque algo se despierta en su interior. Algo que no es como todos los demás y puede ser la razón por la que su padre la encerró.

Seamos sinceros, no existe plano alguno de ‘Wildling’ que enseñe algo nuevo, o arriesgado.
Todas sus metáforas de la adolescencia y el despertar sexual se han tratado mejor en otros lados, y aquí sólo parecen el divertimento de un director inexperto y una actriz protagonista más entregada de lo que merecería la causa.
Claro que lo peor es jugar al misterio de qué es lo que le pasa a Anna, y la decepción posterior de decir “ah, eso pasaba”: demostrando que su director nunca se preocupó de personajes o cuentos, sino de estructuras y tópicos que quedan rancios por mucho que sean envueltos.

Los breves aciertos, los breves momentos en los que esto deja traslucir algo, pasan tan rápido que apenas se deberían haber molestado.
Cuentos hay muchos. Maneras de contarlos, sólo malas o buenas, y esta no es de las segundas.