Comienza con un director de cine ciego, bastante difícil la paradoja, pero se arregla para justificar cada momento, hay respuesta, y muy grácil, a todo cuanto ocurre. Y así ocurre:
Tremendo ejercicio artístico en que se mezclan buena fotografía, planos muy detallistas, diálogos absorbentes, colores magníficos y un montaje excepcional. Es una obra casi perfecta en cuanto a trabajo profesional, y es que la experiencia de la dirección se muestra en un formidable conjunto de imágenes bellas.
El guión, así como el ritmo de la historia, se hacen un poco lentos y pobres en cuanto a interés. Lo único que los mantiene vivos, y mucho, es el elenco. Destacan frente a la trama, las interpretaciones portentosas de actrices como Penélope Cruz, que muestra muy diversos matices de innato brío, y Blanca Portillo, que aunque un tanto forzada en su desgarrador testimonio, amanece con serenidad iluminada de entre otras películas donde sólo se la veía formal. De ellos, decir que todos son correctos, sin sobresaltos, pero totalmente dentro de cada papel.
La pasión es muy fugaz, tal vez melodramática y vivaz en lúcidas secuencias de verdadero amor, pero frágiles, tanto que se rompen con el paso de los minutos, sólo se reaviva en las imágenes de muestra para la publicidad, donde parece llegar al clímax la cinta, pero decae, y donde tiene que llegar, parece espesa y cuesta tragar.
Lo dicho, la pasión brilla, pero los abrazos pueden trasmitir mucho más, los personajes indudablemente no. Magníficos ellos, magnífico el montaje, pero no se puede decir lo mismo de la idea, la historia.
Lo mejor: Penélope y sus relaciones, con todos. Y las referencias a Bergman y otros astros.
Lo peor: Se me olvida pronto de qué lloraban o de qué reían en aquella película que...