Bond, James Bond... ¿Quién no conoce su auténtica manera de presentarse? Es único, no seré yo quien vaya a descubrirlo, y precisamente es Connery, Sean Connery, probablemente el más famoso actor que ha interpretado al agente secreto británico. Ha sido hoy que por fin me he encontrado con Goldfinger, un hombre pelirrojo cuya atracción por el oro y la riqueza lo lleva a planear cosas muy malas para conseguir sus viles objetivos, a costa del que sea y por encima de todo y de todos.

La propuesta no es ni original ni nueva, luchar contra el mal, personificada en un hombre y su organización, para lo cual, a prueba de balas, de torturas y de disparos, el agente 007, que tendrá tiempo de protagonizar más de un escarceo amoroso mientras se dedica a complicarle las cosas al malo malísimo Goldfinger. Para digerir esta película sin problemas es necesario tener muchísima manga ancha, porque son demasiadas cosas las que se han de pasar por alto, todo rueda a favor de 007 y los malos son demasiado estúpidos a menudo. Hay quienes no reaccionan bien ante tanta majadería, mientras que yo, pese a señalarlo todo como una verdadera estupidez, no puedo dejar de sentir cierta simpatía. Me he entretenido, que ya es mucho. Sin embargo, para valorarla mejor debería sobresalirme más allá de todo exceso inimaginable, y no, para ello debería ser un adepto incondicional de las películas de James Bond, y realmente estoy muy lejos de ello.