Más allá de la sencillez de su punto de partida, de las interpretaciones y de las obviedades del guión, no me extrañaría que una película como "Roma violenta", con el debido empujón, podría convertirse de repente en una cult movie. Tiene cosas que sólo dependían de ese momento exacto, la década de los setenta en Italia, que tienen que ver con un contexto real de auge de delincuencia en las calles (eso aparte de la mafia histórica) y que responde a lo que pedía el público y la gente: mano dura contra los malos.

Llega a nosotros tantos años después con esa estética única de bigotazos y patillas, con una vestimenta única, con unos Alfa Romeo y unos Fiat que ya serían de museo. Aquí las persecuciones son la leche, las ostias que se dan son de no pestañear y la brutalidad policial es tan políticamente incorrecta que en realidad todo es un suma y sigue de incorrecciones. La formación parapolicial que se crea huele a fachilla, pero ciertamente es lo que demandaba el público: ante la delincuencia, todo podía valer.

Así que la primera del comisario Betti da lo que promete el cartel y su título, un personaje que cree en su papel más allá de su profesión, él demuestra su absoluta convicción de que a la violencia se le combate con más violencia. Con pistolas, con cachiporras, metralletas o a bofetada limpia, en Roma, en los setenta, o te enfrentas así a los delincuentes o no vives para contarlo.

Y dicen que en Nápoles la cosa fue a más...