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MrRipley rating:
3
7.0
23,433
Drama. Mystery
Based on actual events, the film unravels long-held assumptions about France’s last sanctioned duel between Jean de Carrouges and Jacques Le Gris, two friends turned bitter rivals. When Carrouges’ wife, Marguerite, is viciously assaulted by Le Gris, a charge he denies, she refuses to stay silent, stepping forward to accuse her attacker, an act of bravery and defiance that puts her life in jeopardy. The ensuing trial by combat, a ... [+]
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- es
February 14, 2024
1 of 3 users found this review helpful
Por no repetir cosas dichas, y sin conocerlo de nada (que yo sepa), diré que estoy muy de acuerdo con la crítica de "aliencete" en esta misma web (https://www.filmaffinity.com/es/user/rating/732862/299644.html) y hasta le copiaría el título si eso fuera limpio, pero no lo es.
No he leído muchos otros comentarios, pero insistiría (seguramente se señale en otras reseñas) en lo burdo del cartel en la tercera parte de la historia.
Veamos: la película está dividida en tres partes principales; cada una ofrece el punto de vista de un personaje distinto sobre unos mismos hechos, aunque no literalmente porque, por economía narrativa (o porque el personaje simplemente no estaba presente), las tres partes no narran las mismas situaciones exactas sino que se complementan. Eso es algo lógico. Pues bien, al llegar a la tercera parte el director se descubre en la necesidad de señalar a sus espectadores cuál es la versión "buena", cuál deben creer; lo hace además anticipadamente, para que no queden muchas dudas. El rótulo de cada sección sigue el mismo esquema para cada personaje: "The truth according to"... Jean de Carrouges... Jacques le Gris... The Lady Marguerite... Pero cuando el rótulo inicial de la tercera parte se desvanece, la palabra "the truth", queda en pantalla, aislada, explícita, durante unos segundos (nada de eso ocurre con los dos primeros rótulos). Es decir, las dos partes anteriores eran la verdad "de alguien", una verdad subjetiva; en la tercera parte se subraya abiertamente (y menudo subrayado) que es simplemente "la verdad".
Eso es cine para tontos. Tal cual.
Puede parecer discutible destacar algo así, pero para mí es tremendamente importante. De hecho, aún no puedo creer que un director de la experiencia de Ridley Scott, en una película supuestamente sobre conflictos morales, sea capaz de un truco tan burdo, tan absurdo y tan contradictorio. ¿Qué sentido tiene plantear una película como juegos de puntos de vista si vas señalar directamente a uno de ellos como "la verdad"? Es sencillamente demencial.
Desde mi punto de vista, el problema no es sólo el subrayado en sí (no sé si Scott pensará que ha sido sutil; espero que no porque entonces es más bruto de lo que parece; no sé si habrá espectadores que hayan pasado por alto semejante "sutileza", una sutileza que implica además una inseguridad manifiesta en el valor de las propias imágenes y de su puesta en escena -se pretende explicitar el sentido del film CON PALABRAS-), sino el hecho de que obrar así tiene sus implicaciones.
En primer lugar, nos descubre que para Ridley Scott existe "la verdad". Ridley Scott es tan listo que ha ido un paso más allá que 25 siglos de filosofía. Rashomon no iba de varias versiones falsas de una historia y una verdadera, iba del carácter inasible del concepto de verdad. No había "una verdad", sino puntos de vista sobre un hecho. Rashomon tenía que ver con toda una tradición filosófica sobre la verdad. Pero claro, Rashomon sí estaba dirigida por un director consciente del valor moral de sus decisiones.
En segundo lugar, si las dos primeras partes se señalan directamente como mentiras (o al menos como "non truth"), ¿qué sentido tiene ocupar con ellas 80 minutos de metraje? No son puntos de vista parciales sobre una "realidad compleja", porque la realidad compleja sólo tiene una expresión válida ("correcta") en la tercera parte. Pasan a ser simplemente versiones deformadas de "la verdad": la tercera parte. Su único sentido, aparte de su carácter más o menos funcional sobre algún aspecto de la trama, es ilustrar (en fin...) los mecanismos (mucho decir es eso) sobre los que funciona la mentira (la mirada masculina deformando la realidad, en este caso, en base a su carácter "tóxico"; de eso va precisamente toda la fábula).
No he leído muchos otros comentarios, pero insistiría (seguramente se señale en otras reseñas) en lo burdo del cartel en la tercera parte de la historia.
Veamos: la película está dividida en tres partes principales; cada una ofrece el punto de vista de un personaje distinto sobre unos mismos hechos, aunque no literalmente porque, por economía narrativa (o porque el personaje simplemente no estaba presente), las tres partes no narran las mismas situaciones exactas sino que se complementan. Eso es algo lógico. Pues bien, al llegar a la tercera parte el director se descubre en la necesidad de señalar a sus espectadores cuál es la versión "buena", cuál deben creer; lo hace además anticipadamente, para que no queden muchas dudas. El rótulo de cada sección sigue el mismo esquema para cada personaje: "The truth according to"... Jean de Carrouges... Jacques le Gris... The Lady Marguerite... Pero cuando el rótulo inicial de la tercera parte se desvanece, la palabra "the truth", queda en pantalla, aislada, explícita, durante unos segundos (nada de eso ocurre con los dos primeros rótulos). Es decir, las dos partes anteriores eran la verdad "de alguien", una verdad subjetiva; en la tercera parte se subraya abiertamente (y menudo subrayado) que es simplemente "la verdad".
Eso es cine para tontos. Tal cual.
Puede parecer discutible destacar algo así, pero para mí es tremendamente importante. De hecho, aún no puedo creer que un director de la experiencia de Ridley Scott, en una película supuestamente sobre conflictos morales, sea capaz de un truco tan burdo, tan absurdo y tan contradictorio. ¿Qué sentido tiene plantear una película como juegos de puntos de vista si vas señalar directamente a uno de ellos como "la verdad"? Es sencillamente demencial.
Desde mi punto de vista, el problema no es sólo el subrayado en sí (no sé si Scott pensará que ha sido sutil; espero que no porque entonces es más bruto de lo que parece; no sé si habrá espectadores que hayan pasado por alto semejante "sutileza", una sutileza que implica además una inseguridad manifiesta en el valor de las propias imágenes y de su puesta en escena -se pretende explicitar el sentido del film CON PALABRAS-), sino el hecho de que obrar así tiene sus implicaciones.
En primer lugar, nos descubre que para Ridley Scott existe "la verdad". Ridley Scott es tan listo que ha ido un paso más allá que 25 siglos de filosofía. Rashomon no iba de varias versiones falsas de una historia y una verdadera, iba del carácter inasible del concepto de verdad. No había "una verdad", sino puntos de vista sobre un hecho. Rashomon tenía que ver con toda una tradición filosófica sobre la verdad. Pero claro, Rashomon sí estaba dirigida por un director consciente del valor moral de sus decisiones.
En segundo lugar, si las dos primeras partes se señalan directamente como mentiras (o al menos como "non truth"), ¿qué sentido tiene ocupar con ellas 80 minutos de metraje? No son puntos de vista parciales sobre una "realidad compleja", porque la realidad compleja sólo tiene una expresión válida ("correcta") en la tercera parte. Pasan a ser simplemente versiones deformadas de "la verdad": la tercera parte. Su único sentido, aparte de su carácter más o menos funcional sobre algún aspecto de la trama, es ilustrar (en fin...) los mecanismos (mucho decir es eso) sobre los que funciona la mentira (la mirada masculina deformando la realidad, en este caso, en base a su carácter "tóxico"; de eso va precisamente toda la fábula).
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Por decir algo bueno del director inglés: yo no soy muy de Thelma y Louise y mucho menos de La teniente O'Neill, pero a lo largo de su larga carrera Scott ha conseguido retratos femeninos interesantes; ha hecho atractivos personajes como la Josefina de Napoleón, pero también por Lucilla en Gladiator e incluso la Marguerite de esta película o la Eva Green de El reino de los cielos. Aparte de saber elegir y dirigir a buenas actrices (hasta en esa cosa llamada Prometheus estaba Noomi Rapace), hay una dignidad muy característica en esos personajes que, aquí sí, me parece sincera.
Todas las películas sobre el pasado se hacen con los ojos del presente, pero las que son buenas logran apuntar algo especial, tocar algo universal o señalar una idea que haga necesaria, o fértil, u original, su mirada sobre una época diferente. Aquí no ocurre esto. Hay pocas películas sobre el pasado más ancladas en un presente no ya concreto, sino puramente coyuntural, que esta. Es como el cruce de dos hombres del siglo XIV con una mujer del año 2020; eso es más o menos lo que se plantea; y ni siquiera; ojalá eso se hubiera conseguido, pero es imposible saber cómo pensaba alguien de 1386, ni aunque fuera un hombre. El último duelo es una de esas películas de moda que nacen viejas; anclada en moralismos tan aparentemente "actuales" como deudores de los de siempre: ese empeño didáctico, tan reconocible; ese afán de ser "socialmente útil"; viva el reino de lo explícito.
Creo que Ridley Scott siente terror a ser malinterpretado; y quizás esa sea la clave del enorme fracaso que supone esta película: tocar temas sensibles (y la violación es quizás el más difícil y espinoso de todos), con miedo a ofender, es una trampa de la que es difícil escapar. Como resultado, no sólo hace un film moralista sino que se ve en la obligación de explicarse todo lo que puede para que nadie piense que su pensamiento se aleja ni un milímetro de la más estricta ortodoxia. Pero ni siquiera esa cobardía es lo peor de la función. Lo peor es la obviedad. La estupidez de esta fábula sobre dos mulos tóxicos y una princesa virtuosa, batallas violentas aparte (esas que tanto gusta filmar el director; algo tan testosterónico, por cierto) acaba con dos rótulos finales de risa donde se deja claro que marido y mujer tendrán el futuro que merecen (muerte en las cruzadas para él -con lo que eso significa en el imaginario del director-; luminosa vida próspera para ella). Qué sería de los pobres espectadores si no fueran informados de ello. Igual Scott debería leer a Nabokov, el Nabokov de los cursos de literatura, que decía cosas muy graciosas sobre estos epílogos -su capítulo sobre Turguénev, por ejemplo-.
En una película que ha expuesto sus escasas ideas a brochazos, acabar con un trazo grueso de este calibre es apropiado; que el director piense que sus espectadores son tan rematadamente ineptos que necesiten de una moraleja ilustrativa para entender algo que ya ha quedado explicado y machacado hasta la náusea, va en el debe de Scott. Pero que un discurso audiovisual tan pobre y tan primario como éste tenga la aceptación crítica que tiene, da que pensar sobre hacia donde puede estar dirigiéndose el muy moralista cine actual; y da que pensar con un profundo hastío.
Todas las películas sobre el pasado se hacen con los ojos del presente, pero las que son buenas logran apuntar algo especial, tocar algo universal o señalar una idea que haga necesaria, o fértil, u original, su mirada sobre una época diferente. Aquí no ocurre esto. Hay pocas películas sobre el pasado más ancladas en un presente no ya concreto, sino puramente coyuntural, que esta. Es como el cruce de dos hombres del siglo XIV con una mujer del año 2020; eso es más o menos lo que se plantea; y ni siquiera; ojalá eso se hubiera conseguido, pero es imposible saber cómo pensaba alguien de 1386, ni aunque fuera un hombre. El último duelo es una de esas películas de moda que nacen viejas; anclada en moralismos tan aparentemente "actuales" como deudores de los de siempre: ese empeño didáctico, tan reconocible; ese afán de ser "socialmente útil"; viva el reino de lo explícito.
Creo que Ridley Scott siente terror a ser malinterpretado; y quizás esa sea la clave del enorme fracaso que supone esta película: tocar temas sensibles (y la violación es quizás el más difícil y espinoso de todos), con miedo a ofender, es una trampa de la que es difícil escapar. Como resultado, no sólo hace un film moralista sino que se ve en la obligación de explicarse todo lo que puede para que nadie piense que su pensamiento se aleja ni un milímetro de la más estricta ortodoxia. Pero ni siquiera esa cobardía es lo peor de la función. Lo peor es la obviedad. La estupidez de esta fábula sobre dos mulos tóxicos y una princesa virtuosa, batallas violentas aparte (esas que tanto gusta filmar el director; algo tan testosterónico, por cierto) acaba con dos rótulos finales de risa donde se deja claro que marido y mujer tendrán el futuro que merecen (muerte en las cruzadas para él -con lo que eso significa en el imaginario del director-; luminosa vida próspera para ella). Qué sería de los pobres espectadores si no fueran informados de ello. Igual Scott debería leer a Nabokov, el Nabokov de los cursos de literatura, que decía cosas muy graciosas sobre estos epílogos -su capítulo sobre Turguénev, por ejemplo-.
En una película que ha expuesto sus escasas ideas a brochazos, acabar con un trazo grueso de este calibre es apropiado; que el director piense que sus espectadores son tan rematadamente ineptos que necesiten de una moraleja ilustrativa para entender algo que ya ha quedado explicado y machacado hasta la náusea, va en el debe de Scott. Pero que un discurso audiovisual tan pobre y tan primario como éste tenga la aceptación crítica que tiene, da que pensar sobre hacia donde puede estar dirigiéndose el muy moralista cine actual; y da que pensar con un profundo hastío.