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January 9, 2008
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Un rara avis de la cinematografía de finales del siglo XX. Uno de esos productos atípicos, singulares y brillantes que de vez en cuando sorprenden a los amantes del cine por su paradójica solidez narrativa, su interés argumental, su lirismo y a la vez por su economía de recursos y carencia de pretensiones. Local hero es una obra tremendamente hipnótica, toda una delicia con trazas de serie B pero con un sutil trazo y ritmo cinematográfico que embriaga al espectador con una historia de tintes medioambientales y un sobrio entramado de personajes minuciosamente retratados, a cual más entrañable.
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Spoiler:
Bill Forsyth escribió el guión y dirigió la película con esmero, sinceridad, voluntad y una capacidad insólita de captar sensaciones, ambientes y situaciones con una absoluta ausencia de egocentrismo cinematográfico, siendo generoso, permitiendo que el espectador viajase solo hacia una muy personal visión de la libertad y transformación del hombre en la naturaleza, hacia la frescura de unas escenas subjetivas, la condescendencia moral y la tolerancia social de los pueblos no contaminados por ambiciosos postulados políticos, económicos, religiosos o sociales.
El director lo consigue y nos regala una gran parte de su hallazgo: relativiza con evidente sentido crítico los principios del capitalismo en virtud de la sencillez y ventajas que rigen el humanismo, y nos obliga a un sugerente paseo por aquellas razones que diseñan nuestra forma de vida en los grandes núcleos de población. Local hero es todo un encuentro épico, frontal, visceral, vehemente con los principios y caracteres primigenios que rigen los comportamientos básicos de los humildes, una oda al eclecticismo imperante en la naturaleza humana, a la indulgencia y respetuosa comprensión, una soberbia tesis sociológica y psicológica sobre la corrosiva influencia del poder y del dinero en las sociedades autosuficientes, una muy atractiva fábula social con imposible moraleja, como si Forsyth quisiera anidar con su mensaje en las mentes de los hombres poderosos capaces de cambiar el sistema y los procedimientos. Una esperanza tan simplista como utópica, pero muy digna de agradecimiento.
Un capítulo aparte merecen la extraordinaria banda sonora, compuesta para la película por Mark Knopfler (Dire Straits) y la cálida fotografía del siempre versátil Chris Menges. Knopfler profundiza en terrenos hasta ese momento desconocidos para él, como fue el adaptar y componer música con raíces celtas, para regalarnos todo un recital de espléndidos temas incidentales, descriptivos, bucólicos, sugerentes... una mezcla entre el folclore ancestral y los sonidos étnicos que se tradujo en su obra más personal y emblemática, una sublime banda sonora que ya ha sido definida como un clásico de la música cinematográfica. Menges, por su parte, dilapida cualquier concepto ortodoxo de captación y elaboración de imágenes. Apuesta de forma acertada por el color de la noche estrellada, por la cálida iluminación del ocaso, nos hace disfrutar de planos fijos en una lluvia de estrellas, de una playa solitaria empapada tras la marea, de los insólitos colores de la Luz del Norte y de los primeros planos de las caras de los protagonistas, asombrados por esas dulces visiones. Todo un despliegue de talento, conocimiento del medio y profesionalidad.
El director lo consigue y nos regala una gran parte de su hallazgo: relativiza con evidente sentido crítico los principios del capitalismo en virtud de la sencillez y ventajas que rigen el humanismo, y nos obliga a un sugerente paseo por aquellas razones que diseñan nuestra forma de vida en los grandes núcleos de población. Local hero es todo un encuentro épico, frontal, visceral, vehemente con los principios y caracteres primigenios que rigen los comportamientos básicos de los humildes, una oda al eclecticismo imperante en la naturaleza humana, a la indulgencia y respetuosa comprensión, una soberbia tesis sociológica y psicológica sobre la corrosiva influencia del poder y del dinero en las sociedades autosuficientes, una muy atractiva fábula social con imposible moraleja, como si Forsyth quisiera anidar con su mensaje en las mentes de los hombres poderosos capaces de cambiar el sistema y los procedimientos. Una esperanza tan simplista como utópica, pero muy digna de agradecimiento.
Un capítulo aparte merecen la extraordinaria banda sonora, compuesta para la película por Mark Knopfler (Dire Straits) y la cálida fotografía del siempre versátil Chris Menges. Knopfler profundiza en terrenos hasta ese momento desconocidos para él, como fue el adaptar y componer música con raíces celtas, para regalarnos todo un recital de espléndidos temas incidentales, descriptivos, bucólicos, sugerentes... una mezcla entre el folclore ancestral y los sonidos étnicos que se tradujo en su obra más personal y emblemática, una sublime banda sonora que ya ha sido definida como un clásico de la música cinematográfica. Menges, por su parte, dilapida cualquier concepto ortodoxo de captación y elaboración de imágenes. Apuesta de forma acertada por el color de la noche estrellada, por la cálida iluminación del ocaso, nos hace disfrutar de planos fijos en una lluvia de estrellas, de una playa solitaria empapada tras la marea, de los insólitos colores de la Luz del Norte y de los primeros planos de las caras de los protagonistas, asombrados por esas dulces visiones. Todo un despliegue de talento, conocimiento del medio y profesionalidad.