Hemos visto ya cientos de secuestros con negociación de rehenes en el cine. Y poco nuevo puede ofrecer esta historia basada en hechos reales que ocurrieron en una embajada en 1980.
Mark Strong, habitual secundario de lujo, tiene aquí más protagonismo del habitual. Desgraciadamente, su talento se desperdicia en su papel de negociador, tan frío e impasible que parece un robot. Más o menos igual están todos los demás. Los soldados del “S.A.S.” y la periodista son sosos e insulsos, con menos carisma y personalidad que la filmografía de Steven Seagal. Hasta los rehenes no transmiten la más mínima emoción, porque salen tan poco que ni a eso les da tiempo.
La película tiene toda la pinta de estar bien documentada, pero esto al final le termina pesando porque su estilo de medio documental es más aburrido que una partida al “Pong” al mejor de 10.000. Es como algunas de las de Paul Greengrass, pero sin el talento de Paul Greengrass. Lo único curioso es ver la operación antiterrorista con los anticuados medios de principios de los 80.
Por lo demás es un mero aburrimiento, que arranca cuando ya le queda poco para terminar, y que dentro de menos de 6 días ya se me habrá olvidado.
Hasta la banda sonora está bastante mal, sacándome de una historia en la que ya resulta difícil entrar con tanta frialdad emocional e impasibilidad.