Enorme película y enorme actuación de Tom Hanks. Es imposible no emocionarse ante las vivencias del personaje. Todos hemos sido niños y la mayoría, en algún momento, fantaseamos con ser adultos durante aquellos años de nuestra vida. Resulta curioso que, en muchos de nosotros, ahora florece el sentimiento inverso. Y es que ser adulto no resulta demasiado atractivo una vez conoces el desengaño, la enfermedad, las obligaciones y un largo etcétera de contraindicaciones.

Esta película la puedes ver desde dos perspectivas. Siendo niño aprendes que la madurez implica responsabilidad y que no todo es un camino de rosas. Verla cuando ya tienes más edad te hace disfrutar al ver a Tom Hanks siendo un niño en el cuerpo de un adulto. Y es que, al menos en mi caso, sigue vivo ese niño que siente melancolía por un pasado no demasiado lejano, pero irrecuperable en sensaciones. Es por esas sensaciones que esta película toca tan hondo en el corazón de muchos.

Además de hablar sobre Hanks, podría hablar de su relación con su amigo, o con el personaje de Elizabeth Perkins. La toma de decisiones, el asumir responsabilidades pese a tener la mentalidad de un niño que, desgraciadamente, sabe que la situación que está viviendo no puede ser para siempre y debe detenerla, con sus correspondientes daños colaterales. También podría hablar de escenas mágicas como la del piano gigante junto a Robert Loggia. Pero prefiero mencionar todo esto por encima y sugerir al lector que no pierda el tiempo y cuanto antes vea esta cinta cargada de emotividad y sentimiento.

Película estupenda, de esas que ves y terminas con la sensación de ser incluso mejor persona.