Empecemos por lo más llamativo: el sonoro es muy deficiente. Se oyen perfectamente (incluso un poco demasiado fuerte) los ruidos y la música. Pero apenas resultan audibles los diálogos, especialmente en las escenas más emotivas.

Los caracteres están bien definidos y las actuaciones son dignas. A excepción de la niña pequeña que siempre aparece demasiado dócil sin vida propia.

Los dos momentos más esperados por el espectador (uno, cuando los protagonistas descubren sus lazos familiares; y el otro, cuando la abuela debe ayudarles y recoger a su nieta) pasan completamente desapercibidos, sin que queden convenientemente explicadas sus reacciones humanas.

El resto de vicisitudes contadas rezuman un tufillo arcaico y anacrónico, como si se tratase de una película de principios o de mediados del siglo XX. En 1990 ya existían asistentes sociales (que en la película no figuran por ninguna parte) y la sociedad en conjunto ya respiraba otros aires de tolerancia o, en todo caso, de indiferencia.

La película está basada en hechos reales, pero eso no significa que todas las circunstancias hayan ocurrido realmente de esa manera. La historia puede ser dramática o trágica, pero en esta película se han escogido (o se han inventado) las escenas más negativas y se les ha añadido una pátina de tristeza para darle más morbo a la historia.