El esplendoroso renacimiento de Al Pacino en la década de los noventa también dio algún bodrio. Este, en concreto. Cuando supe de su existencia, intuí que no había nada interesante. Este papel de Al Pacino ya lo he visto, mejor escrito y mejor interpretado. El de su mano derecha, también. Y a John Cusack no me lo como.

¿Qué por qué me puse esta película si soy tan listo? Por Al Pacino, naturalmente, y porque al cine de los noventa nunca hay que darlo por sentado, pero todo en "La sombra de la corrupción" está rehusado y resulta anodino, desde esa fascinación por Nueva York (¡qué obsesión con la dichosa ciudad!) hasta un argumento que se sabe, en el minuto tres, cómo terminará. Es que no había otra opción*(1).

El único del reparto que se esfuerza por elevar el nivel es Danny Aiello. El resto están a por uvas, y así con todo. Parece que tanto los (obvios) guionistas como los (desaparecidos) apartados técnicos y artísticos, así como el (tibio) director, supiesen que esto no iba a ser nada del otro mundo, así que para qué esforzarse. Resultado: una merienda de negros insulsa, manida y, por tanto, olvidable.