"Marea roja" no es otra cosa que la sempiterna lucha entre la teoría y la práctica, entre el racionalismo y el pragmatismo, entre la izquierda y la derecha, entre el bien y el mal, en definitiva. Quizás, el único error de la cinta es que el espectador preverá que Denzel Washington tendrá razón, que los valores de EEUU quedarán inmaculados y que la guerra no será. Entiendo que debe defenderse lo que defiende Denzel, pero en la vida real, y en la guerra en grado máximo, se necesitan hombres como Gene Hackman.

Misiles aparte, el verdadero conflicto de "Marea roja" se establece entre los dos protagonistas en varias batallas dialécticas que es dónde la película triunfa. La guerra está ahí. En las palabras, en el debate de ideas, más que en Rusia y todo lo demás, aunque se conoce que no puede hacerse una película de este estilo sin acción, así que asumimos que nos la tenemos que comer. Por fortuna, lo hacemos con gusto porque también funciona. Tony Scott sabe rodar con talento, a destacar el juego de colores entre el rojo y el verde. Ostensible, pero no por ello menos loable.

Que Gene Hackman se come a Denzel Washington lo saben hasta en Sebastopol. No sólo en lo que se refiere a personajes, sino también en el terreno actoral. Ya no sorprende que Hackman ofrezca una lección de interpretación, pero hay que decirlo una y otra vez: no habrá un actor mejor que él. Brando, Pacino y Nicholson, quizás, en algunas ocasiones concretas. Sus miradas de desprecio, tan sutiles, son dignas de alabanza. Junto a ellos, destaco el siempre eficiente George Dzundza y la estelar aparición de Jason Robards.

"Marea roja" se siente como un espectáculo puesto al servicio del espectador, cierto es, pero funciona como tal. Entras en el juego, te deleitas con ese fuego cruzado dialectico, te posicionas y ganas o pierdes. Yo perdí, pues si fuese tripulante del Alabama, me hubiese colocado detrás de Ramsey (y de su Jack Russell).