Susan Sarandon es el rostro de la dignidad en Hollywood. Es una estrella que no se muestra como tal, que lucha por los derechos humanos y que siempre se posiciona al lado de los débiles, lo que la convierte en la actriz idónea para interpretar este papel, más aún si tenemos en cuenta el contexto histórico de la década de los noventa, cuando Susan Sarandon lo era todo. Y triunfó, y triunfaron. Y vaya si lo hicieron.

"Pena de muerte" pone encima de la mesa un debate tan delicado como complejo, y lo hace desde tres puntos de vista: el de una monja que aparta sus loables tareas para ofrecer su compañía y la posibilidad de redención a un asesino; el del propio asesino, con su conciencia, su entorno y la certeza de que le quedan pocos días; y el de unos padres cuyos hijos fueron asesinados brutal y gratuitamente.

¿Merece morir alguien que viola y mata sin motivo? ¿Es más cruel dejarlo enjaulado para el resto de su vida?

Sigo sin tenerlo claro. La película, desde luego, no toma partido, mostrándose aséptica y objetiva, pero sí lanza el debate al espectador, obligándole a plantearse muchas cosas. A nivel técnico, es convencional y poco arriesgada, aunque todo rezuma calidad, pero lo verdaderamente importante de "Pena de muerte" no es su envoltorio, sino su fondo.