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9
7.2
29,107
Romance. Drama
A romance between an adolescent boy and a summer guest at his parents' cliffside mansion on the Italian Riviera. It’s the summer of 1983 in northern Italy, and Elio Perlman (Timothée Chalamet), a 17-year-old American-Italian boy, spends his days in his family's seventeenth century villa lazily transcribing music and flirting with his friend Marzia. One day Oliver (Armie Hammer), a charming, 24-year-old American scholar working on his ... [+]
Language of the review:
- es
January 31, 2018
32 of 52 users found this review helpful
Porque Elio vive en una burbuja idílica, veraniega, en una Arcadia grecolatina, simbolizada por el trabajo de su padre y Oliver...[zona spoiler]
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
... descubriendo las antiguas estatuas de la diosa del amor, Venus, en un lago italiano, ya herrumbrosa, alegoría de ese ideal de amor ancestral, platónico, que tiene la posibilidad de existir, pero como pronto descubrirá, sólo para ciertas relaciones aceptadas: la idealización del amor libre de género de la Antigua Grecia y Roma hace tiempo que murió, si es que aún queda algún atisbo momentáneo, como su amor veraniego con Oliver, o una vida siendo un bicho raro, como la pareja de gays que viene a visitar a la despreocupada familia, a la que el amor le parece eso: amor entre dos personas.
Todo comienza bien. Oliver, mayor y con la carga social que ya conoce, sólo deja entrever su interés en Elio de una manera subrepticia, tocándole el trapecio, dejando que la chica que cree que le gusta le haga un masaje, una sutileza tan sutil, valga la redundancia, que entendemos como un intento descarado para que chica y chico comiencen un romance.
Elio, joven, criado en esa idealización del pasado, sin ningún tabú social, se enamora poco a poco, con las torpezas y negaciones típicas del primer amor, pero que el objeto de su amor sea un hombre es irrelevante para él.
Después de la culminación de ese amor, magistralmente coreografiado en el tiempo y que aparenta ser tan real como la vida misma, gracias a la magnífica interpretación de los actores y la dirección, se aparece ante Elio la realidad: su padre envidia de manera sana su amor real y sin miramientos, porque no conoce la sociedad de hoy en día, y no ha vivido lo que tuvo que vivir él, escondiendo su homosexualidad y perdiendo la juventud que ahora tiene su hijo. Él estudia las estatuas grecorromanas con respeto y con conciencia de su existencia ya pasada, mientras que Elio trata el brazo de la Venus con sorna y naturalidad, dando la mano, o rascando el torso sin mimo, sin conciencia de que esa estatua, ese ideal del amor libre antiguo, es una reliquia que no se puede reproducir. Elio no cree que le vaya a pasar lo mismo que a su padre. Y entonces, Oliver le comunica que se va a casar, que si su padre supiese que está enamorado de un hombre, seguidamente lo encerraría en un correccional. Se casa porque es lo que hay que hacer. Le pregunta a Elio si le parece bien. Elio no había caído en la cuenta antes de la importancia de ciertas cosas, como aquel "te besaría ahora mismo si pudiera" que le espetó Oliver en medio de la calle. Oliver ama a Elio, y Elio a Oliver, pero ese tipo de amor no puede seguir con naturalidad en el mundo real, fuera de ese pueblo italiano veraniego alejado de la realidad. Ahora es invierno. Y Elio sale de su burbuja, y se muere su amor.
La película es para mí una carta desgarradora a la muerte de lo que puede ser, y nunca fue (ni es, en muchas partes del mundo y la sociedad de hoy), la rotura del amor, de vivir la vida libremente y con alegría juvenil. Pero la juventud muere cuando se descubren las reglas del mundo real. Grow Up, Elio.
Todo comienza bien. Oliver, mayor y con la carga social que ya conoce, sólo deja entrever su interés en Elio de una manera subrepticia, tocándole el trapecio, dejando que la chica que cree que le gusta le haga un masaje, una sutileza tan sutil, valga la redundancia, que entendemos como un intento descarado para que chica y chico comiencen un romance.
Elio, joven, criado en esa idealización del pasado, sin ningún tabú social, se enamora poco a poco, con las torpezas y negaciones típicas del primer amor, pero que el objeto de su amor sea un hombre es irrelevante para él.
Después de la culminación de ese amor, magistralmente coreografiado en el tiempo y que aparenta ser tan real como la vida misma, gracias a la magnífica interpretación de los actores y la dirección, se aparece ante Elio la realidad: su padre envidia de manera sana su amor real y sin miramientos, porque no conoce la sociedad de hoy en día, y no ha vivido lo que tuvo que vivir él, escondiendo su homosexualidad y perdiendo la juventud que ahora tiene su hijo. Él estudia las estatuas grecorromanas con respeto y con conciencia de su existencia ya pasada, mientras que Elio trata el brazo de la Venus con sorna y naturalidad, dando la mano, o rascando el torso sin mimo, sin conciencia de que esa estatua, ese ideal del amor libre antiguo, es una reliquia que no se puede reproducir. Elio no cree que le vaya a pasar lo mismo que a su padre. Y entonces, Oliver le comunica que se va a casar, que si su padre supiese que está enamorado de un hombre, seguidamente lo encerraría en un correccional. Se casa porque es lo que hay que hacer. Le pregunta a Elio si le parece bien. Elio no había caído en la cuenta antes de la importancia de ciertas cosas, como aquel "te besaría ahora mismo si pudiera" que le espetó Oliver en medio de la calle. Oliver ama a Elio, y Elio a Oliver, pero ese tipo de amor no puede seguir con naturalidad en el mundo real, fuera de ese pueblo italiano veraniego alejado de la realidad. Ahora es invierno. Y Elio sale de su burbuja, y se muere su amor.
La película es para mí una carta desgarradora a la muerte de lo que puede ser, y nunca fue (ni es, en muchas partes del mundo y la sociedad de hoy), la rotura del amor, de vivir la vida libremente y con alegría juvenil. Pero la juventud muere cuando se descubren las reglas del mundo real. Grow Up, Elio.