El viaje a Estocolmo, es un también un viaje al interior de nuestra alma escondida bajo esa envoltura decadente y decrepita, que utilizó el racionalismo y el intelecto a través de una vida en la que en la lejana juventud nos embelesábamos con el dulce sabor de las fresas jubilé caramelizadas por el amor apasionado de un mozalbete que despertaba a la vida.
“Fresas Salvajes” es surrealista y me ha recordado un poco al trabajo del español Luis Buñuel, solo que en esta caso, menos abstracto.
Bergman, ese viejo “Hechicero del hielo” nos recuerda que el deber de un medico es preservar la vida, si, pero sobre todo ¡el perdón!
Las relaciones humanas no son cosa fácil. El ego inflado siempre esta pronto a dejar cabos sueltos, cabos destrozados en el sinuoso camino de la vida e imploramos la oportunidad algún dia de reconciliarnos con todas esas personas que hemos dañado o nos han dañado, real o ficticiamente.
“Anoche, un viejo amor que conocí hace diez años me envió un mensaje en el que el dolor de un abandono de un ser querido, aún la lacera. Porque ese abandono fue en una etapa cuando uno más necesita de un padre o una madre. Su tiempo de “perdón” de reconciliación con la vida no ha llegado. Quizás algún dia, sus heridas cautericen y entonces a su alma solo llegue el dulce sabor de unas fresas jubilé… y quizás yo este en ese huerto para compartir un delicioso banquete, como cuando éramos unos adolecentes, e iniciábamos nuestro aprendizaje al amor, allá cuando encarnamos en lugar llamado tierra. Hace muchos siglos… en ese hermoso lugar azul, un lugar en el tercer orden más allá del sol”