Ultima película estrenada de Woody Allen, y la constatación de que, a pesar de la edad, no ha perdido su sabiduría cinematográfica.
Y es que, aunque no sea una obra maestra, sí que está dirigida de forma brillante, logrando un film que combina el humor marca de la casa, con el género romántico y el cine negro, todo ello bajo un tono melancólico, más serio de lo normal y bien triste en el fondo, vamos, como la vida misma.
Con un guión bien medido, donde se habla de la trascendencia de cada elección que tomamos en la vida, sobre la futilidad e irracionalidad del amor, y sobre las relaciones familiares y la consecución o no de los sueños, el espectador asiste de forma aparentemente sencilla a una lección de vida.
Y lo hace gracias a unos estupendos intérpretes, destacando, cosa sorprendente para mí, una maravillosa Kristen Stewart. Pero los de reparto están soberbios también.
Destaca su empaque técnico, donde brilla con luz propia, como en él es habitual, el ilustre imaginero Vittorio Storaro, y la delicada melodía de la banda sonora, con música de jazz, como es habitual en Allen.
Una película nada espectacular, con toques de humor sangrientos y otros relativos a la religión judía y cristiana, que hacen te sonrías unas cuantas veces.
No, no es una cinta de risas, pues la comedia es grave y se hablan de cosas muy serias dejando un poso algo amargo, pero también deja un buen sabor de boca por la calidad cinematográfica que rezuma y que nos hace pensar, sin miedo a equivocarnos, que quizás recuperaremos al Woody de la primera etapa, o al menos, acercarnos.

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