No es de extrañar que los ingleses hayan vuelto a recuperar a uno de los personajes estrella para una serie, después de que lo hacen cada cierto tiempo; nos referimos al mayor personaje creado para una serie de detectives salido de la mente de uno de sus mejores escritores de todos los tiempos: Conan Doyle. No fue el inventor de la novela detectivesca habiendo existido Wilkie Collins pero sí el autor del detective más ilustrado de la Historia. En esta ocasión lo han colocado asombrosamente en la actualidad más rabiosa, en un Londres de aspecto cristalino y dinámico a la última hora. Sherlock Holmes se encuentra con Watson tal y como el médico militar contara en sus memorias y es todo ya una sucesión asombrosa de aciertos. El episodio inicial es un relato fiel y completo de la presentación del mítico detective en la literatura únicamente cambiando aquellos tiempos por los actuales; un lujo la descripción del doctor Waston que ensalza los valores militares que, por desgracia, hoy no son tan conocidos como lo podían ser por la población y que seguro que todos alabarían las experiencias y posibilidades que ofrece la vida militar.

Watson es un soldado retirado de las guerras actuales que llega a Londres con lesiones más psíquicas que otra cosa. Tal y como relatara sir Arthur Conan Doyle, un amigo le presentará al extraño señor Holmes y ambos se pondrán de acuerdo en compartir unas habitaciones en casa de la señora Hudson. De igual forma la aparición del inspector Lestrade añade importancia al famoso “detective consultor” ante las instituciones ya que es él quien le autoriza a meter las narices en los intrincados casos criminales a los que se enfrenta Scotland Yard. Esto ha ocasionado que Holmes sea un conocido de los servicios policiales e incluso se identifique a veces como de la misma Scotland Yard.

Los casos suelen ser de asesinatos en serie donde parece que llega hasta ellos la sombra alargada de Moriarty, el criminal con una inteligencia superior a la del propio Sherlock Holmes y siempre se darán las circunstancias para que Holmes pueda lucirse. No falta nada, todo actualizado de una forma inteligente y que el mismo Conan Doyle, desde donde esté, aplaudiría y aceptaría. Un Holmes joven, llamativo, estirado, hará gala de su capacidad deductiva una y otra vez, principal aliciente, evitará como siempre a las mujeres y terminará aceptando la compañía del fiel Watson como algo necesario. La figura del doctor Watson está plenamente lograda y roba incluso protagonismo. Un apoyo incondicional y necesario para un misántropo como Sherlock Holmes.