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Vivoleyendo rating:
10
8.1
43,558
Drama
John Merrick (John Hurt) is a hideously deformed individual dubbed the Elephant Man during his years in a circus freak show in Victorian England. After suffering for years at the hands of his circus "master", the eloquent, soft spoken Merrick is "rescued" by compassionate surgeon Dr. Frederick Treves (Anthony Hopkins), who allows him to live at the hospital where he works. Merrick becomes a social celebrity when he meets a popular stage ... [+]
Language of the review:
- es
January 25, 2008
35 of 42 users found this review helpful
Con su sello peculiar donde lo inquietante y lo sórdido subyacen bajo un frágil envoltorio con apariencia de civilización, Lynch aportó al celuloide esta obra maestra dramática.
Siempre escarbando en los rincones más oscuros de la condición humana, Lynch se interesó por la historia real de Joseph Merrick (John en la película), que se hizo tristemente célebre por padecer uno de los casos más severos jamás conocidos del síndrome de Proteus o síndrome del "hombre elefante".
Parece que la enfermedad comenzó a manifestársele cuando tenía dieciocho meses y su madre fue su gran apoyo. De ella recibió el único amor que conocería en muchísimo tiempo. Era muy inteligente, aprendió a leer y escribir y desarrolló un carácter dulce y sensible.
Pero nadie, excepto su madre, miraba más allá del envoltorio carnal que con el paso de los años iría otorgándole un aspecto monstruoso. Así, tras la muerte de su madre, comenzaron sus grandes desdichas. Rechazado en todas partes y obligado a sobrevivir exhibiéndose en las ferias.
Lynch retrata con aguda denuncia lo más bajo de la sociedad, en contraste con el mundillo elegante de la buena sociedad de finales del siglo XIX.
Un Londres envuelto en los humos tóxicos de las fábricas, obreros y sus familias malviviendo en condiciones infrahumanas. Turbas de borrachos y gentes de mala catadura que recuerdan a las Pinturas Negras de Goya: sus espantosos aquelarres repletos de chusma deforme, recreaciones espeluznantes de los escabrosos recovecos que la especie humana conlleva. Un crudo reflejo de la deformidad de las almas que se alimentan del sufrimiento ajeno, del escarnio, de la burla, del desprecio a los que tienen una apariencia diferente, que gozan como bestias infrahumanas escarbando en el fango de las miserias.
Y, por otro lado, el alma delicada y bella de John Merrick y el cariño de las pocas personas buenas y nobles que llegan a quererlo de verdad y a tratarlo como al gran ser humano que es, obviando su repulsivo aspecto. De hecho, estoy convencida de que hay momentos en los que su fea apariencia deja de advertirse para dar paso a su alma dotada de una riqueza superior a la de la mayoría. Este hombre vituperado y agredido en todos los sentidos por la cruel humanidad, ha sabido suplir su fealdad exterior con su hermosura interior. Hermosura que sólo los limpios de corazón saben captar.
Siempre escarbando en los rincones más oscuros de la condición humana, Lynch se interesó por la historia real de Joseph Merrick (John en la película), que se hizo tristemente célebre por padecer uno de los casos más severos jamás conocidos del síndrome de Proteus o síndrome del "hombre elefante".
Parece que la enfermedad comenzó a manifestársele cuando tenía dieciocho meses y su madre fue su gran apoyo. De ella recibió el único amor que conocería en muchísimo tiempo. Era muy inteligente, aprendió a leer y escribir y desarrolló un carácter dulce y sensible.
Pero nadie, excepto su madre, miraba más allá del envoltorio carnal que con el paso de los años iría otorgándole un aspecto monstruoso. Así, tras la muerte de su madre, comenzaron sus grandes desdichas. Rechazado en todas partes y obligado a sobrevivir exhibiéndose en las ferias.
Lynch retrata con aguda denuncia lo más bajo de la sociedad, en contraste con el mundillo elegante de la buena sociedad de finales del siglo XIX.
Un Londres envuelto en los humos tóxicos de las fábricas, obreros y sus familias malviviendo en condiciones infrahumanas. Turbas de borrachos y gentes de mala catadura que recuerdan a las Pinturas Negras de Goya: sus espantosos aquelarres repletos de chusma deforme, recreaciones espeluznantes de los escabrosos recovecos que la especie humana conlleva. Un crudo reflejo de la deformidad de las almas que se alimentan del sufrimiento ajeno, del escarnio, de la burla, del desprecio a los que tienen una apariencia diferente, que gozan como bestias infrahumanas escarbando en el fango de las miserias.
Y, por otro lado, el alma delicada y bella de John Merrick y el cariño de las pocas personas buenas y nobles que llegan a quererlo de verdad y a tratarlo como al gran ser humano que es, obviando su repulsivo aspecto. De hecho, estoy convencida de que hay momentos en los que su fea apariencia deja de advertirse para dar paso a su alma dotada de una riqueza superior a la de la mayoría. Este hombre vituperado y agredido en todos los sentidos por la cruel humanidad, ha sabido suplir su fealdad exterior con su hermosura interior. Hermosura que sólo los limpios de corazón saben captar.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
La magnífica fotografía en blanco y negro, a menudo simbólica y con personalidad propia, cabalga constantemente entre lo sórdido y lo elegante, entre lo malvado y lo bondadoso, entre la brutalidad de la chusma ávida de morbo malsano y los elevados sentimientos románticos de Merrick y la bondad de sus protectores. Por un lado mono de feria y por otro, poeta; fenómeno expuesto ante las multitudes depravadas y artista; reducido a la condición de animal y exhibiendo sus impecables modales y su extensa cultura... John Merrick no fue más que otra víctima de los prejuicios, de lo más asqueroso y bajo que hay en la sociedad, y que sin embargo pudo encontrar el hogar y el cariño que tanto anhelaba y conoció la paz entre tantas penurias. Todo acompañado de una banda sonora a ratos desgarradora y a ratos un poco angustiosa, y una sensación de opresión constante en la garganta.
Porque la verdadera belleza está en el interior.
Porque la verdadera belleza está en el interior.