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Servadac rating:
7
Drama Five prostitutes work at Dreamland, in Tokyo's Yoshiwara district. As the Diet considers a ban on prostitution, the women's daily dramas play out. Each has dreams and motivations. Hanae is married, her husband unemployed; they have a young child. Yumeko, a widow, uses her earnings to raise and support her son, who's now old enough to work and care for her. The aging Yorie has a man who wants to marry her. Yasumi saves money diligently ... [+]
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  • es
July 18, 2012
71 of 74 users found this review helpful
Mizoguchi se despide del cine con uno de sus temas predilectos: la prostitución. Comprime el espacio –la calle angosta es el único horizonte del burdel– sin recurrir a la fragmentación (‘Un condenado a muerte se ha escapado’, de Bresson; ‘La pasión de Juana de Arco’, de Dreyer). Abundan los planos cortos y cerrados. La ausencia de aire coincide con la ausencia de futuro.

Un espléndido catálogo nos muestra las edades de la mujer pública: desde la madura –finalizando ya su vida útil– hasta la principiante. Mizoguchi no se recrea en la decrepitud demente de la puta madura, ni en la iniciación, más allá de un gesto tímido, de la puta principiante.

El catálogo, ya digo, es excelente: la madre de familia (con bebé y marido enfermo), la puta descarada, la madre viuda (con hijo avergonzado), la que busca marido, la puta inteligente y sin escrúpulos… ¿Sin escrúpulos?

La única salida de ‘El País de los sueños’ es tomar conciencia de la realidad, el cálculo preciso y el ahorro. El recurso más fiable es el engaño. Si quieren comprarte y no comprar tu libertad de forma desinteresada, déjales que crean que te compran… y luego no te vendas.

– ¿Pero es que no comprendes que te quiero?
– Si de verdad me quisieras, mi felicidad sería suficiente para ti.

Y es que el amor no es posesión ni compraventa de favores.

Aunque una puta se comporte malvada y cínicamente, no es fácil condenarla por ello en un mundo en que las deudas con el proxeneta la mantienen atada a su negocio.

La música... no sé si es estridente o apropiada.

No vemos el cuerpo desnudo de las prostitutas, ni tampoco las vemos en acción. Pero sentimos que son putas en sus ademanes –tan distintos entre ellas– y en la manera de mirar y conversar.

La ausencia de escenas sexuales contrasta con la crudeza verbal de los encuentros: madre puta e hijo avergonzado; padre putero e hija prostituta; estafadora y estafado…

El discurso del dueño del burdel (¿Qué harán las pobres sin nosotros?) asquea por su desfachatez hipócrita y solemne. Lo pronuncia casi de un tirón y sin una sola arruga en la camisa.

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La moraleja es obvia: las putas van y vienen… pero el puterío siempre continúa.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details. View all
Servadac
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