Después de reventar taquillas, ganar 11 Oscars de una tacada y provocar el nacimiento en todo el mundo de millones de nuevos freakys con la trilogía de “El señor de los anillos”, era evidente que a Peter Jackson le dieran manga ancha y vía libre para hacer lo que le diera la gana. Esto es el sueño de cualquier director de cine, plasmar en la pantalla sus obsesiones, ralladuras de mollera y demás manías megalómanas sin que nadie se oponga a ello. Por eso, a Peter Jackson se le puede dar permiso a ciegas para hace un remake “cecilbedemilliano” de uno de los iconos del cine de todos los tiempos: “King Kong”.

Y así fue. El remake de Jackson es tan grandioso, tan pagado de sí mismo y tan espectacular como su monstruoso mono protagonista. Toda una maravilla digital, con cientos de miles de dólares gastados por cada pelo que se le mueve al viento, el “King Kong” del siglo XXI es más grande, más bestia y más mono que su abuelo de 1933. También es cierto que, a pesar de ser más real, a mí me sigue dando más miedo su abuelo.

La historia es calcada a la del filme original: un equipo de cine, dirigido por Carl Denham (Jack Black), va en busca de una misteriosa isla que no se encuentra en los mapas para rodar escenas exteriores. Cuando consiguen encontrarla descubren que los indígenas rinden culto a un gigantesco simio prehistórico, al que dan en sacrificio a la chica de la expedición: la actriz Ann Darrow (Naomi Watts). Pero el simpático mono se encapricha de ella y, en vez de zampársela, la protege de toda clase de bichos prehistóricos que pululan en la isla. Denham, con su espíritu de empresario por encima del de supervivencia, idea un plan para poder cazar a la mala bestia y exhibirla en Broadway.

Peter Jackson ofrece, en unas tres horas de metraje, todo un espectáculo de imagen y sonido digitales. Aprovechando su tirón (y hace bien) de director comercial mimado por la Academia, es inevitable ver, en muchas de las escenas, reminiscencias al estilo de “El señor de los anillos”: la expedición que recorre la isla parece la Compañía del Anillo, la misma isla se parece a la Tierra Media, y los indígenas que la pueblan no son más guapos que un orco. Pero también vemos, y esto es lo mejor, muchas muestras del estilo gamberro del Jackson de “Mal gusto” (1987) y “Braindead” (1992). En este aspecto, a destacar la extraordinaria escena del ataque de los insectos gigantes, sin lugar a dudas la mejor de la película.

La espectacularidad de la puesta en escena nos hace olvidar la sosa y mal llevada historia de amor entre Ann y el guionista (Adrien Brody), una mera subtrama sin interés que sirve para rellenar huecos y destacar aún más las miraditas de "la bella y la bestia" entre el rey Kong y Ann.

Buena y muy disfrutable película-puente entre la trilogía de ESDLA y la de “El Hobbit”.