Dentro del período de “rarezas” experimentales que dominan los primeros trabajos de Brian De Palma, se encuentra esta curiosa “ópera rock” basada en la historia de “El fantasma de la ópera” de Leroux y con Paul Williams (creador entre otras de la sintonía de “Vacaciones en el mar”) como responsable musical, además de tener un papel importante.

El filme trata la historia de un compositor (William Finley,habitual de De Palma en los primeros años) que vende su obra a la gran industria, representada por Swan (Paul Williams), pero es traicionado por éste y, en un momento tan patético como hilarante, acaba desfigurado y clama venganza. Estamos por tanto ante un musical con toques de terror, con grandes dosis de un humor ácido nada sutil que tiene a los magnates de la industria musical como objetivo, tachándolos poco menos que de ladrones y parásitos que se enriquecen a costa de la creatividad del pobre compositor, que deja el alma en su obra y la vende (el alma también, ya puestos) casi por un chusco de pan duro.

De Palma impregna su primer (y único) musical de una ambientación psicodélica muy acorde, con imágenes de colores chillones, vestuario estrafalario y música setentera que acompaña muy bien a la trama. Las actuaciones además son en su mayoría caricaturescas y extravagantes, ayudando a ensalzar el tono satírico del relato. En este aspecto, Paul Williams es más comedido en su papel pero desprende carisma y energía, al igual que Jessica Harper, la cantante por la que los antagonistas se pelean.

Al ser una obra tan psicodélica es difícil recomendarla abiertamente incluso a los seguidores de De Palma; su refinamiento alcanzado en películas de terror “hitchcockiano” y posteriormente en thrillers de gángsters hacen de “El fantasma del paraíso” una obra no sólo extremadamente rara, sino fuera de lugar en su filmografía. A pesar de ello, es un musical muy elaborado y cohesionado, perfectamente disfrutable incluso para los más puristas en el género, que apenas se recuerda y que conviene rescatar.