"El pacto de los lobos" es una de esas películas francesas hechas para competir, cara a cara, con las grandes producciones del cine americano. Es decir, estamos ante una obra de muchos medios y de impactante capacidad de imaginería y en la creación de la atmósfera. A partir de aquí, se combinan con más pena que gloria todos los factores del lenguaje cinematográfico hasta lograrse una entretenida pero muy defectuosa, además de inverosímil, película.
Es esencia es, al estilo del excelente "Sleepy Hollow" burtoniano, la historia de una monstruosa criatura que en el siglo XVIII devora salvajemente a los habitantes de Gévaudan (Francia). Sin embargo, el argumento, a lo largo de su excesivo metraje, se complica innecesariamente, cayendo muchas veces en incongruencias graves de guión y en una irregularidad narrativa que la brillantez formal no redimen.
Tal es así, que "El pacto de los lobos" acaba siendo una amalgama demasiado revuelta e inverosímil de épica, romanticismo, fatalidad, terror, fantasía y ¡artes marciales!. Demasiados ingredientes para poder crear un cocktail, no ya apetecible, siquiera coherente. Es un problema del tal Christophe Gans, que como director quiere ser más protagonista siempre que lo que cuenta y que los personajes que maneja. Esto hace que su interés se diluya entre todo el metraje y se pierda en múltiples vericuetos inservibles e inútiles.
Me gusta el personaje de Vincent Cassel y su manida idea de la labor de la Naturaleza por encima de la artificiosidad de los hombres. Del resto, hay tanto, tan irregular, tan virtuoso, tan defectuoso, tan exagerado, tan desacertado, que solo cabe recomendarla para pasar un rato.