Siento decirlo, pero aquí no hay nada que ya no se haya visto o leído mil veces, no hay ninguna teoría revolucionaria, no hay existencialismo, no hay dolor, no hay nada. Westworld es solo una hermosa cáscara vacía, por la que rodamos durante 11 semanas a punta de giros forzados, tramas intrascendentes y personajes sin carisma, arrastrados por una sensación de vértigo que nunca se materializa, evidentemente porque tiene que ver más con nosotros mismos, con nuestra profundidad existencial que con lo que HBO nos entrega en pantalla. Somos nosotros, los espectadores, quienes finalmente damos forma a esta historia, que es nuestra propia historia futura. Somos nosotros quienes anhelamos con oscura ansiedad el momento de vencer a la muerte, de viajar a otras galaxias y descubrir vida, de crear seres humanos perfectos, de forjar vida desde la nada. Lamentablemente, nada hay en Westworld que nos lleve más allá de lo que sabemos, de lo que intuimos. Las obras de arte reales nos inquietan porque avanzan hacia lo desconocido, no porque divaguen sobre nuestra próxima parada como especie, eso puede hacerlo cualquier artista medianamente cuerdo.

Si hubiera alguna comparación válida, diría que Westworld es como una miss universo hablando sobre el calentamiento global, encandilará por su belleza y elocuencia, pero en el fondo no aportará absolutamente nada.