La película no necesita más críticas, sino un diagnóstico. Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal está enferma, y yo digo que se trata de Lucas. Me temo que no ha dejado trabajar a nadie en condiciones, y el resultado es una película de aventuras sin aventura. Los personajes están desdibujados e Indiana Jones ya no lo es. Ya no es aquél tipo al que todos admirábamos por su espíritu de superación y la búsqueda de lo desconocido, que viene a ser un parábola necesaria e inescrutable de la búsqueda de uno mismo y del sentido de la vida.

EL guión no tiene una estructura lógica, no hay intriga, no hay emoción, ni tensión narrativa, los chistes me parecen de teleserie, y casi todo resulta absurdo y forzadísimo. Y además hay demasiado CGI.

Lo que se salva: Williams, Kaminski, y Cate Blanchett. Eso sí, creo Harrison y Spielberg lo hicieron lo mejor que pudieron. Yo no veo ningún incoveniente en la edad de Ford si el guión trata al personaje con inteligencia y de forma lógica; y Spielberg deja alguna secuencia de esas que otros no saben hacer. También se puede decir que la primera media hora de peli promete, pero según avanza todo se va vulgarizando y las tensiones entre los creadores se hacen más evidentes, siendo la última parte del film un auténtico delirio amorfo.

Una lástima de película si pensamos en lo que podía haber sido, o mejor, en lo que debería haber sido.

Los vaqueros son el emblema de la excepción estadounidense que Tocqueville ha definido de manera magistral: “ante los ex europeos, que recorren un continente nuevo, caen las barreras que aprisionaban a la sociedad en el seno de la que habían nacido; las viejas opiniones, que desde hacía siglos gobernaban del mundo, se desvanecen; aparece una carrera sin obstáculos, un campo sin horizontes: el espíritu humano se precipita hacia él y lo recorre en todos los sentidos”.

El anárquico vaquero es la contraposición del modelo europeo, funcionario y militante, que avanza por terreno conocido: la administración o el partido les proporcionan un plan de campaña. El jinete solitario que es guiado por su buena estrella, es despreciado. Así, en “Sin perdón", Clint Eastwood o su antagonista Gene Hackman, se acaban decidiendo por el doloroso pero valiente camino de intentar tomarse la justicia por su mano, queriendo salvar a la colectividad a pesar de ella.

El vaquero recorre un territorio hostil donde la primera regla es sobrevivir; el vaquero no actúa donde impera la ley, sino en un caos donde es preciso inventarla. Los héroes del western, como los de la tragedia griega, se enfrentan a una situación anterior al derecho, y se ven obligados a actuar fuera de la ley para que la ley llegue. El oeste y sus “cowboys” consiguen aislar el instante en el que la elaboración de una civilización escapa a la epopeya colectiva sin aparecer aún como mecánica impersonal del progreso, momento en el que lo hombres parecen hacer Historia y saber que la están haciendo.

La película, en sí misma, es enorme, sutilísima, de una belleza que se desangra.

El mar, inmenso y azul, es surcado esta vez por la mirada de Colin Farrell, planeando la huída que nunca podrá producirse de verdad porque el mundo es algo así como una cárcel donde los criminales no están dentro, si no fuera.Sobre el oleaje de ese mar de aspecto infinito navega Michael Mann, director de genuino lenguaje eléctrico y gris, lleno de parábolas subliminales entre gestos, y Jamie Foxx, Gong Li, Luis Tosar, y el ya nombrado Colin Farrell, que se estiran para tocar el agua con la mano, y nos cuentan todo eso que está ahí debajo.

La película no es una obra maestra, pero es una buena peli con mejor crítica que la que se lleva, hecha esta con una venda que sólo transluce anodinas series de frías y cerebrales secuencias de acción empaquetadas en dólares y atmósferas efectistas, pero es mucho más que eso en los personajes al margen, que intentan escapar mientras tanto, que tienen pasar sobre cualquier cosa para poder mirarse a sí mismos en los ojos de una mujer desconocida sabiendo que no hay espacio para nada más que no sea sonreír para aprender a llorar. Y la acción acaba siempre dejando entrever aquello que nos ocupa a todos: el dinero, el amor, la amistad, el tiempo y la vida; el bien y el mal; y veremos cómo se juntan, cómo se mezclan, y quién surca el mar triunfante cuando llegue la noche.

La película, como tal, es soberbia, impecable. Te atrapa desde el principio en el vertiginoso tobogán de la tragedia, del horror. La recreación de aquella mañana en tiempo real es tan real que intimida; oprime la pechera mientras que inevitablemente caes, como el avión, hacia la oscuridad de la muerte. El tiempo se dispara y la angustia crece entre el desconcierto y el terror, mientras que una semilla de valor germina en el interior de unos auténticos héroes. El espectador atraviesa la pantalla y se sitúa en uno de los asientos de aquel avión de la United Airlines para preguntarse qué haría él en esa situación. No, es más, ni siquiera tiene tiempo a preguntárselo, el pánico aprisiona vertiginosamente el pensamiento y te deja inmóvil en la butaca, quizá con un vacío frío e impertérrito como el que aquellas personas sintieron; y quizá también con el pequeño, pero valioso e intenso haz de luz que iluminó su heroica hazaña.

En resumen: me resulta intolerable desde cualquier punto de vista excepto desde el estrictamente cinematográfico, pero para entonces ya ha perdido todo su posible valor. En el fondo no me parece más que una mera comercialidad con atrezzo de alternativo iluminado, una vacuidad intelectual.