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Antigua y Barbuda Antigua y Barbuda · Punto Nemo
Críticas de Licnobio
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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
10
27 de marzo de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las grandes historias que se ha contado (y se contará) a través del séptimo arte, para la que «sólo» hicieron falta siete samuráis.

Y con esa única frase creo que bastaría para expresar lo que este largometraje es, pero no sería justo ni conmigo, ni con su director, ni por supuesto con el cine. Bajo mi humilde punto de vista, esta inefable película es más que una simple cinta estrenada allá por 1954, es la unión de dos culturas tan separadas la una de la otra como grande es el océano más extenso del planeta; es el abrazo que oriente le tiende a occidente para curar heridas que aún seguían abiertas tras la guerra; es el sentimiento y el cariño puesto por un director como pocos ha habido, el cual lo único que quería era mostrar el amor que sentía por el cine (en su concepción «caucásica») usando su propia cultura como vehículo; es y no «era», porque aunque hayan pasado sesenta años desde que Kurosawa nos regalara una parte de su inmortalidad esculpida a veinticuatro fotogramas por segundo, esta película sigue viva y ha sabido envejecer como un vino gran reserva en barrica de roble.

Personalmente, siempre que hablo acerca de la odisea que vivieron estos samuráis, lo que digo es que es la única película que he podido ver que fuese en blanco y negro, pero en la cual hay 205 minutos de color. Dicen que entre el negro y el blanco hay muchos grises, pero en este caso lo que hay es color, un color que no he visto en ninguna otra película y seguramente no lo haga.

Por lo que poco más se puede añadir ante una obra maestra como esta. Simplemente buscar un sitio cómodo con la iluminación adecuada para poder disfrutar con los cinco sentidos de lo que Akira Kurosawa le legó a la humanidad.
Licnobio
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10
5 de febrero de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pensando en qué se puede decir de esta película, la conclusión a la que uno acaba llegando es, que no se puede añadir nada que no se haya dicho, escrito o pensado ya. Que esta obra de arte mejoró al séptimo arte, aportó ciencia a la ficción, que con sus diálogos y sobre todo el resto del largometraje creó un lengua audiovisual que adentró al ser humano en un viaje en el que aún estamos, y así un muuuy largo etcétera.

Total, que no merece la pena alargar esto mucho más, porque esa conclusión es que es una obra de arte y sólo puede uno sentarse a disfrutar de ella.

Lo que sí, si tuviera que poner una pega, sería la fecha elegida para el título, pues esta fue demasiado optimista (nos encontrábamos como especie a un pasito de la Luna)... pero no me extrañaría que haya algo que desconozco o que se me escape y también existiera un motivo para elegir el primer año del siglo XXI.
Licnobio
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10
18 de enero de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si nos encontramos con dos imanes, cada uno de estos tendrá dos polos, uno positivo y otro negativo. Estos imanes se presuponen separados, pero el polo positivo de uno siempre buscará el polo negativo del otro para juntarse; y al revés. Pero en cambio estos imanes siempre se repelerán si se acercan desde el mismo signo.
Entonces, si estos dos imanes acabaran juntándose, lo harán desde un lado positivo y otro negativo. Pero, ¿qué pasa con las otras dos partes que no llegan a estar nunca en contacto? ¿Qué pasa con los otros dos polos opuestos y su atracción?

La respuesta a esta pregunta nos la da Wong Kar-Wai. La respuesta a cómo esos dos polos de diferentes imanes que en principio son los que quedan más alejados el uno del otro, por naturaleza, por mero magnetismo, acaban sintiendo el uno por el otro una atracción que no pueden evitar, que no pueden contener, aunque nunca lleguen a juntarse.

Por lo que en esta película se nos mostrará la historia que nunca se cuenta, ya que la historia siempre la escriben los vencedores, y aquí lo que encontramos es a dos perdedores, a dos almas obligadas a compartir su soledad, aun sin ser ellos conscientes de que el secreto que ambos guardan, ya los une y atrae. De forma que la lluvia, en una oportuna casualidad y en una inoportuna coincidencia, hace que ambos polos comiencen a sentir que ellos también son de signos opuestos, aunque estén separados. Y así es como comienzan a buscar respuestas en un inocente juego, en una inocente búsqueda de empatía o entendimiento de qué ha podido pasar, y que les dé algo a lo que agarrarse o que al menos les permita lamerse las heridas.

Pero todo esto no puede ser contado directamente, tiene que ser mostrado con toda la sutileza posible, puesto que nadie debe enterarse, nadie puede intuirlo, debe ser otro secreto contado en voz baja, casi con susurros. Y es aquí donde Wong Kar-Wai nos introduce, nos hace partícipes de esos movimientos sutiles, de esas manos que expresan más emociones que las propias caras y las palabras, las cuales no pueden permitirse expresar lo que verdaderamente quisieran mostrar y decir.
Por lo que el director nos deja observar a través de la mirilla de esas habitaciones cerradas por dentro, de esa 2046, como si fuéramos voyeurs observando en primera fila desde el palco de un gran teatro. Nos deja ver cómo fascículo a fascículo, párrafo a párrafo, entrega a entrega, la tensión aumenta y el espectador sólo piensa en que no necesitan ninguna justificación más, que ellos ya son mejores. Pero quien esté libre de pecado que dé el primer beso.

Y todo esto contando a un ritmo marcado también por la sutileza, que usa sus vestidos como metrónomo en los saltos temporales y el humo de sus cigarrillos como cronómetro en los diálogos; mientras los relojes en realidad aparecen siempre a deshora. Pero también somos testigos de cómo unas pocas canciones son el acompañamiento perfecto para la coreografía de dos individuos que se mueven sin ritmo o dirección aparente, pero que acaban atraídos el uno por el otro y que acaban bailando juntos, aun sin saber que lo hacen entre bastidores, y no en el escenario principal donde se encontraba la actuación principal y de la que no son protagonistas.

Esta es la historia, como decíamos, del otro lado, es la otra cara de la moneda, la que nunca se cuenta o comenta, que pasa desapercibido, pero que si se produce la primera, siempre existe. Esta no es la historia de los que no llegan a buen puerto, sino de los que su barco ni siquiera llega a zarpar, de los que ni suben al tren o de los que cancelan su vuelo.
Pero al terminar, todos quisiéramos tener algo así, todos quisiéramos sentirlo al menos una vez en la vida, sabiendo que esas emociones fueron reales, que esos sentimientos existieron y que los llevaremos con nosotros por siempre, que serán mucho más fuertes y sinceros que tantos otros que vengan después.

Así pues, ¿es mejor haber perdido, que no haber tenido? Quizás, quizás, quizás… Sólo ese agujero en el templo lo puede saber. Pero lo que sí nos queda claro es, que al ver esta película nos encontramos con una obra de arte y con una de las historias de (des)amor más bellas contadas en el cine.
Licnobio
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10
26 de enero de 2021
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una anécdota sobre esta película, que en sí misma define lo que es Matrix.


Cuando se empezó a grabar la película, según el guion de las hermanas Wachowski (que heredó de muchas influencias, pero en gran parte de ‘Ghost in the Shell’), los humanos seríamos usados como unidades de almacenamiento y procesamiento de un mundo virtual. Lo importante y lo que querían de nosotros era nuestro cerebro, que sería el que ejercería como Hardware de un mundo dominado por ‘máquinas’. Este concepto fue desechado por la productora y por los que ponían la pasta, pues lo consideraron excesivamente complejo y algo que el público en general no comprendería fácilmente, por lo que al final en la película el cuerpo humano acabó siendo comparado con una pila y no con una CPU o una memoria RAM.

Si lo pensamos detenidamente, la idea original tenía mucho más sentido, añadiendo fuerza y consistencia al argumento, pero hay que tener en cuenta que el largometraje se hizo y se estrenó el siglo pasado (suena duro esto, pero es un hecho). Entonces, sobre esa idea inicial, vemos cómo la mayoría no estaba preparada para pensar sobre la tecnología como una amenaza o un peligro, al menos más allá de ese ‘efecto dosmil’, que acabó en otra anécdota, más que en un posible ‘principio del fin’. Y es ahí donde Matrix se adelantó al resto, pues la idea no era original en sí, pero sí consiguió planteársela al gran público, a una sociedad que se encontraba en una adolescencia tecnológica o virtual, una sociedad que no veía venir cómo una parte muy importante de su cultura pasaría a ser colectiva, pero en un mundo digital. Así, hemos creado una cultura compartida llamada Internet, que se sustenta en ‘máquinas’ que cumplen nuestras órdenes sin queja alguna y que hacen que nuestro día a día esté unido al de ellas.

Matrix en sí fue la elección para nosotros de tomar o no la pastilla. Podríamos catalogarla como un ‘efecto s.XXI’, ya que fue el pistoletazo de salida para tantas y tantas películas (que no historias), que se nos han ido planteado, haciendo guiones de minorías accesibles para la mayoría. Argumentos con futuros distópicos en los que según cuál sea nuestra relación con la tecnología y la Inteligencia Artificial (a partir de esa singularidad tecnológica), acabamos teniendo más o menos problemas o dificultades para gestionar nuestra relación con ‘las máquinas’. Y este concepto, ya es un concepto que está en el imaginario popular en mayor o menor medida, somos más adultos (o menos adolescentes), somos conocedores de lo que el código binario podría llegar a crear o a hacernos.


Y para terminar, me gustaría añadir una experiencia personal con Matrix, como reflejo de toda esto. Pues cuando apenas contaba con diez años, pude ver la película, aunque tuve que rogar una y otra vez a mis padres que me dejaran ir a verla, pues la película está catalogada para +18 (nunca lo he entendido, porque no hay tanta acción, ni sangre, ni nada… ¿miedo a que ‘despertemos’?). Y gracias a mi prima, que les explicó a mis padres un poco el argumento y que esa categorización podría ser porque es más compleja que violenta, pude disfrutar viéndola.
Así que, al salir de cine, efectivamente a mí me despertó y lo que pensé fue algo parecido a: '¡ea, la que nos pueden liar!' (aunque obviamente no había entendido ni la mitad). Pues en mí consiguió ‘activar’ un respeto hacia la tecnología y una consciencia hacia el uso de la información y de todo lo digital, que aún mantengo. Podría decir que entré a ver una película una tarde cualquiera, pero salí sabiendo que como Neo, yo también había tomado la pastilla roja. Y desde entonces siempre he mirado a la tecnología a los ojos, pero con mucho respeto, en una relación de amor-odio y sabiendo que esta puede ser aliada o enemiga, pero que esa frontera será muy sutil, muy estrecha, y al final dependerá de nosotros mismos como especie decidir si nos aporta o nos apartan.


Por lo que no nos olvidemos que ‘The Matrix already has all of us’.
Licnobio
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10
6 de septiembre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película nos hace recordar que el arte cinematográfico es en su núcleo, una coreografía de emociones y significados. En un mundo donde el cine ha evolucionado hasta el punto de deslumbrarnos con imágenes cada vez más grandiosas y complejas, esta película nos recuerda la belleza de lo simple, lo sencillo, lo atemporal.

Esta obra no sólo merece una votación, merece ser sentida desde lo más profundo de nuestro ser, transportándonos a una época donde el cine era una amalgama de diferentes artes en una sola. La figura de Chaplin, actor, compositor, guionista, y bailarín, nos lleva a través de un viaje en donde cada cuadro es una pequeña obra de arte, un fragmento de un collage que narra diversas historias unificadas bajo una visión única y visionaria.

El lenguaje que utiliza esta película es universal, basado en las emociones humanas que trascienden las barreras del tiempo y del espacio. Nos enfrentamos a un lienzo en donde se despliegan escenas que nos hacen reír de alegría y llorar de tristeza, donde experimentamos una tragicomedia que revela lo absurdo y lo hermoso de la existencia humana.

Se nos presenta una sociedad en la que las diferencias sociales y los estamentos están marcados, una crítica que sigue siendo válida casi un siglo después. En medio de esta estructura, encontramos a Charlot, un personaje que va a rebufo de la vida, pero que representa la humanidad y el altruismo en su forma más pura.

Una de las escenas más conmovedoras y memorables es, sin duda, la interacción con la chica ciega, un momento que transciende el lenguaje verbal y nos conecta directamente con las emociones más humanas, el amor no correspondido, el desamor correspondido, todos encapsulados en un simple intercambio que nos hace testigos de la comunión de almas.

Es en la sencillez donde reside su grandeza, en la meticulosa coreografía que es comparable con la del montacargas, en donde cada movimiento, cada gesto, están perfectamente sincronizados con la música, creando una danza visual que nos embriaga y nos lleva a un estado de contemplación y aprecio por las pequeñas cosas que hacen la vida verdaderamente hermosa.

Es casi irónico que, en una época donde el cine sonoro estaba tomando fuerza, Chaplin decidiera abrazar la esencia del cine mudo, demostrando que las palabras pueden ser superfluas cuando se tiene el poder de transmitir emociones a través de los gestos, las expresiones faciales y la música. En "Luces de la Ciudad", cada detalle, cada matiz, es una nota en una sinfonía visual que sigue resonando en nuestros corazones casi un siglo después.

En una era donde nos movemos a un ritmo vertiginoso, esta película nos invita a detenernos y apreciar la belleza de lo atemporal, lo universal. Una obra que nos hace redescubrir el verdadero poder del cine como vehículo para explorar la condición humana, en todas sus facetas, con una sensibilidad y una profundidad que raramente se encuentra en el cine moderno.

Al verla, podemos darnos cuenta de que algunas cosas trascienden el tiempo, que las emociones humanas siguen siendo tan complejas y ricas como siempre, y que, a pesar del avance tecnológico, aún existe un lugar para lo sencillo, para lo puro, para lo humano.

Nos enfrentamos a una obra maestra que no sólo nos hace apreciar las joyas del pasado, sino que también nos hace cuestionar el futuro del cine. Una película que, con su sencillez y profundidad, nos demuestra que aún tenemos mucho que aprender y descubrir, que la verdadera esencia del séptimo arte reside en su capacidad para tocarnos el alma, para hacernos sentir, para hacernos humanos.

Así, "Luces de la Ciudad" se convierte en un recordatorio de que la verdadera magia del cine no reside en la complejidad, sino en la capacidad de transmitir lo complejo a través de lo sencillo, de convertir lo cotidiano en extraordinario, de convertir lo humano en arte.
Licnobio
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