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Argentina Argentina · Buenos Aires
Críticas de luisfanlo
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
10
16 de enero de 2010
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En nuestras sociedades, las imágenes, las palabras, y las cosas, se nos presentan como parte de un régimen (social) de enunciación y visibilidad constituyendo un orden del discurso que nos hace escuchar y nos hace ver “lo que la realidad es”, y eso es precisamente lo que subvierte el filme de Visconti, proponiéndonos una manera diferente de ordenar lo enunciable y lo visible que produce una ruptura con las formas convencionales de entender lo que la realidad es. En un post anterior mencioné cómo el filósofo Alain Badiou definía la diferencia entre el filme como obra de arte y el filme como producto mercantil. Para Badiou lo que marca la diferencia es la capacidad de un filme para descartar, aunque sea en una escena, en un diálogo, en la forma en que se muestra una situación por más cotidiana que sea, el contenido mercantilizado que todo filme lleva consigo debido a sus condiciones de producción-distribución-consumo. En el caso de “Muerte en Venecia” creo que ese descarte está llevado a su máxima expresión: si hoy el filme se pusiera en cartelera en alguno de los shoppings que monopoliza la distribución y consumo de la producción fílmica seguramente no duraría ni un día. Lo más seguro es que ni siquiera considerarían la posibilidad de proyectarla: aburrida, lenta, sin diálogos, sin efectos especiales, sin acción, serían seguramente las principales excusas que nos darían, y le echarían la culpa al espectador de cine. Ya expliqué porque ese argumento es falaz en el citado post anterior. Una mención especial hay que hacer a la excelente actuación de Dirk Bogarde en su caracterización del protagonista excluyente, el músico Gustav Von Aschenbach, que literalmente hace hablar a su cuerpo en cada gesto, mirada, postura, y actitud. No digo que sea fácil pero digo que es imprescindible tomarse el tiempo para disfrutar de esta “Muerte en Venecia” que es mucho más la historia de toda una época que la de un individuo. Y que aborda magistralmente una de las temáticas más complejas de nuestra actualidad: el vacío existencial, la “insoportable levedad del ser” atrapado en múltiples sujeciones, mandatos sociales, y exigencias trascendentales que hacen que “el alma sea la cárcel del cuerpo” según la aguda y transgresora fórmula propuesta por Michel Foucault. No es entonces un filme clásico simplemente porque las imagenes predominan sobre las palabras, sino porque las imagenes cuestionan el orden habitual de las palabras, las imágenes y las cosas, haciendo que se haga visible el límite y permitiéndonos vislumbrar lo que hay más allá de ese límite.
luisfanlo
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4
16 de enero de 2010
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unos días tuve la oportunidad de ver el filme “Las dos caras de la ley” (Righteous Kill, Jon Avnet, Estados Unidos, 2008), con Robert de Niro y Al Pacino actuando por primera vez juntos (y no, como en casos anteriores, a través de sofisticados trucos de montaje). Fui, obviamente, para ver a estos dos grandes actores, pero también porque existía un condimento especial ya que en las “promos” de la película se adelantaba que la historia giraría alrededor de la problemática de los asesinos seriales “justicieros” al estilo Dexter.
Lamentablemente el guión no está a la altura de sus protagonistas y la historia se vuelve desde el primer momento más que previsible y plagada de estereotipos y lugares comunes de estas películas tipo omnibus que mezclan diversas variantes del género policial. Hay un poco de las ya clásicas y redundantes escenificaciones de la amistad entre policías que comparten su descreimiento sobre el aparato judicial y se encubren mutuamente por diversos ilegalismos cometidos durante sus treinta años “en las calles”; otro poco de efectos de montaje que intentan confundir al espectador acerca de quién es el policía-asesino-serial, y un desenlace también clasicista en el que se revelan los motivos del asesino que, la verdad, no me convencieron para nada. Una verdadera lástima, sin duda, pero que revela una vez más lo que le cuesta al cine (directores, guionistas, actores, productores) descartar la tremenda carga de mercantilismo que agobia al dispositivo cinematográfico en tanto “industria”.
El género “asesinos seriales” le ha dado de comer a Hollywood desde hace décadas, con notables filmes como “El silencio de los inocentes”, “Ciudadano X”, “Copycat”, “El observador”, o la aterradora “No Country for Old Men”, en los que el género alcanzó altos niveles de transgresión y de puesta al descubierto de las condiciones de posibilidad que dan lugar a las llamadas “sociopatías”, pero excepto éstas y otras notables excepciones, las historias son en general estereotipadas y repetitivas. En lo que a mi respecta, en la actualidad no hay como superar a Dexter y a Profiler (todavía emite repeticiones, en Argentina, la señal Space), y será porque la televisión tiene algo que no puede ofrecer el cine, que es el formato serial de la narración y una competencia infernal que empuja a propuestas transgresoras para ganar audiencias. En resumen, vean Righteous Kill solamente si son fanáticos de Al Pacino y Robert De Niro.
luisfanlo
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10
16 de enero de 2010
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Existe la naturaleza humana? ¿Hay seres humanos que nacen “buenos” y otros “malos”? ¿Existe una esencia dada de una vez y para siempre que nos hace ser como somos? Estas son algunos de los interrogantes que plantea la película The Mist (Frank Darabont, 2008, sobre un guión de Stephen King), describiendo como un grupo de hombres y mujeres afrontan una situación límite, aparentemente sobrenatural y sin salida. Sin embargo, las causas que generan la situación estuvieron siempre allí, a la vista de todos, aunque nadie las tuviera en cuenta, enredados en su vida cotidiana. El conflicto entre una naturaleza humana “irracional” y otra “racional” encubre la trama social de una supuesta libertad de “conciencia”, hasta llegar a un final que descubre que los individuos somos un nudo de relaciones sociales, un producto social, es decir, sujetos sujetados a un orden del discurso que más allá de los contenidos de sus acciones se encuentran atados a una forma de vivir estructurada por los dispositivos de disciplinamiento y control social que explican nuestra actualidad. La metáfora de la “niebla” resulta consistente con la crítica a nuestras condiciones de existencia: vivimos inmersos en esa espesa niebla que constituye nuestra subjetividad. De modo que aunque estemos llegando a sus bordes nos mantenemos siempre dentro de sus límites. La niebla conduce nuestras conductas, impidiéndonos atisbar que existe un afuera.
luisfanlo
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