Brillante ejercicio plástico del cineasta Bi Gan, cuyo disfrute puede verse lastrado por la imperante necesidad de juntar las piezas que la fragmentada historia nos plantea; aunque probablemente no nos ofrezca las suficientes para completar el puzzle...

Cinta que pide abstracción y dejarse llevar, especialmente en su genial segunda mitad, donde un lisérgico plano secuencia de cerca de una hora de duración ata cabos y aporta el ritmo y dirección narrativa que hasta ese punto la cinta no venía ofreciendo. Inspirada por el tempo y la melancolía de Tarkovsky, merece la pena por sus evocadoras luces y atmósferas densas . Un regalo para los sentidos.

La cinta de Denis Do funciona a todos los niveles, supone une desgarradora crónica del genocidio camboyano desde un punto de vista íntimo y poco efectista. Sus creadores entienden perfectamente el medio en el que están trabajando y lo usan impecablemente, todas las herramientas creativas de Funan funcionan en la misma dirección. Su diseño de producción colorista, el acabado sencillo de sus personajes, que a su vez contrasta con la crudeza de la historia dándola una dimensión más universal a lo que vemos en pantalla, lo que hace que la conexión con los mismos sea automática.
En lo narrativo, es cierto que la cinta posee una serie de pequeñas incoherencias y clichés que sin embargo no lastran el resultado final, que en su conjunto conforma una de las cintas más potentes y sinceramente anti-bélicas que he tenido el gusto de ver.
Funan es ante todo una obra profundamente humanista, que lamenta las circunstancias en las que sus personajes se ven envueltos. Y si bien condena lo ocurrido en Camboya, no olvida nunca la dimensión humana del conflicto. Plantea además preguntas muy incómodas en varias ocasiones.
Destacar el trabajo musical de Thibault Kientz-Agyeman, que eleva la experiencia hasta límites insospechados, y el excelente diseño de personajes y animación, que es brillante en su sencillez y funcionalidad, pero aún así, es capaz de refeljar sentimientos, emociones y personalidades de los mismos. Una cinta imprescindible para cualquier amante de la animación o gente que en general disfrute del cine bélico.

Bellísima y sólida cinta que sin embargo no logra desprenderse por completo de los manerismos narrativos de Miyazaki y Takahata, dando como resultado una obra que se pierde en sus posibilidades sin poder ofrecer una experiencia completa. Sin embargo, merece la pena tan solo por el tiánico trabajo artístico de Studio Ponoc a la hora de traer a la vida su mundo. Mención a parte se merecen las composiciones musicales de Takatsugu Muramatsu. Una delicia para los sentidos.

La película propone un ejercicio metafórico y reflexivo a cerca de cuestiones tan esenciales como lo son el alma, la identidad o la voluntad y el propósito. Esto, que a quién no haya estado siguiendo los movimientos de la productora americana últimamente podría pillar desprevenido, es el resultado de un proceso de destilación que se venía gestando desde Inside Out, por ejemplo. Sin embargo, mientras que en esta última el argumento era más una excusa para mostrarnos el mundo que los creativos de Pixar habían ideado, en Soul consigue ser tanto un vehículo narrativo como un fascinante nuevo mundo, en este caso, relacionado con el espíritu y el alma.

Temáticamente, la cinta va más allá de lo esperado de una forma concisa pero lo suficientemente sutil. Sabe tocar las cuerdas y cómo tiene que hacerlo. Sin embargo, no puedo evitar pensar que el estudio se ha quedado a las puertas de lo que podría haber sido algo mucho mayor.

Amena cinta de animación que retrata con suavidad los recuerdos de verano de varios estudiantes de bachillerato. La obra habla no sólo a los personajes, si no también el espacio en el que estos habitan, así como sus atmósferas de gran belleza, de práctica reverencia hacia lo cotidiano, tal y como nos tienen acostumbrados en Ghibli.
Así pues, Puedo Escuchar el Mar es, con y no a pesar de su guión, un ejercicio estético impecable que culmina con una perfecta banda sonora. Y es ante todo, un fugaz destello de verano en el que la historia a contar no es más que una excusa para retratar una de las etapas más bellas de la vida.