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Colombia Colombia · Bucaramanga
Críticas de Andres Botero
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Críticas 321
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
1 de marzo de 2024
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Vi, una vez más, “Ingen Numsil” (“Die Geschichte vom weinenden Kamel”, “The Story of the Weeping Camel” o, en español, “La historia del camello que llora”, 2003), un documental mongol, con toques de drama, dirigido y escrito por Byambasuren Davaa y Luigi Falorni. La música es mérito de Marcel Leniz, Marc Riedinger y Choigiw Sangidorj, y la fotografía de Luigi Falorni y Juliane Gregor (aplausos a todos). La obra trata sobre un camello albino que es rechazado por su madre, de forma tal que sus humanos, una familia de pastores nómadas del sur de Mongolia (desierto de Gobi), recurren a un músico tradicional para realizar un ritual musical, repitiendo la palabra HOOS –que es el sonido propio para los camellos–, que la motive a aceptar a su cría; de lo contrario, esta moriría. Esta cinta fue muy reconocida en los festivales del 2004. Logró muchas nominaciones y premiaciones, que dan cuenta de su calidad estética y de la profundidad del drama narrado, a un punto tal que la considero una película de culto dentro de su género, una de esas obras que un amante del séptimo arte no puede dejar de ver.
No quiero centrarme mucho en los aspectos estéticos, pues brillan por sí solos. La fotografía es maravillosa y la ambientación impecable. ¿Y qué la hace tan magnífica? Su sencillez. Este documental le apuesta, con mucho éxito, a una fórmula que, en casi todos los casos, en el cine comercial, llevaría al fracaso: la sencillez que rodea tanto la narración como la imagen, y justo por ello logra transmitir sentimientos básicos que se desprenden de las acciones más primarias del ser humano en su cotidianidad (resalto estas palabras: sencillez, emociones primarias y cotidianidad). Recuerdo la primera vez que la vi, en una sala de teatro española, justo en el 2004. Todos los espectadores que pude ver estaban llorando con las escenas más tristes (como las del rechazo a la cría) y alegres cuando las cosas al parecer mejoran. ¿Cómo es que esta obra, sin mayores artilugios narrativos, sin grandes giros en la trama, sin muchas pretensiones técnicas y con actores naturales logra conmover tanto al auditorio? Esta es la enseñanza de este documental: la sencillez que rodea los sentimientos más básicos de la cotidianidad de cualquier ser humano; pero sumado a un elemento que, en nuestros tiempos, incrementa el drama: el medio para la transmisión de las emociones son los animales (especialmente los que, culturalmente, consideramos cercanos, prójimos o de respeto; de alguna manera, nuestra humanidad, nuestra empatía, se siente hoy día más fuerte en relación con nuestras mascotas, con los animales domesticados (como los camellos de esta obra), con los animales que luchan por sobrevivir ante la contaminación humana, etc., que con el otro.
Y justo aquí es que la cinta me puso a reflexionar: ¿nos sentimos más empáticos con una historia centrada en un animal domesticado sufriendo que con una basada en una persona triste? La respuesta es muy compleja, tiene muchas variables y bemoles. Sin embargo, si se me permite generalizar, la respuesta es un sí. Esto se debe a muchos factores, pero me centraré en tres. En primer lugar, los animales domesticados nos dan todo sin esperar mayor cosa a cambio; esta entrega casi que total e incondicionada nos permite estar con ellos sin la desconfianza que le tenemos al prójimo; es decir, se nos presentan como seres sintientes que demandan protección y cuidados, pero que no generan en nosotros el miedo a ser engañados o traicionados. En segundo lugar, sabemos, por nuestra experiencia, que el otro perfectamente puede disociar sus palabras de sus acciones, sus emociones de sus hechos, decir que nos aprecia para actuar de forma contraria, por lo que le achacamos, no sin razón, la posibilidad de manipulación, incluso cuando expresa emociones, que nos pone alertas; en cambio, le adjudicamos al animal domesticado una originalidad y simpleza en sus razones para actuar justo porque no es, potencialmente, una amenaza (obviamente, no hablo de todos los animales ni de todas las experiencias posibles con ellos, pues nuestra reacción no es homogénea ni empática con todos por igual, ambigüedad que denuncia, en varios casos, el ecologismo). Todo lo anterior incentiva nuestra confianza hacia el animal, que se conecta con nuestra desconfianza a las personas que, si se sale de control, puede llegar a cuestionar una de las bases de la humanidad: la empatía hacia el otro. En tercer lugar, en la actualidad el dolor humano, tantas veces reproducido por todos los medios, se nos está volviendo banal, común, se está normalizando; en cambio, el dolor o la tristeza de un animal que nos es cercano nos conmueve en demasía pues se convierte, cualitativamente hablando, en una excepcionalidad que exige nuestro rechazo contundente. Y se podrían dar aún más razones. No obstante, a lo que quiero llegar es que no es necesariamente malo ni perverso esta mayor empatía a ciertos animales (por lo menos a los más cercanos a nuestra cotidianidad) que a los seres humanos. Bien podría pensarse que una forma de humanizar y mejorar los niveles empáticos del ser humano pasa por la convivencia formativa, especialmente desde temprana edad, con animales. En este caso, los animales domesticados podrían servir para humanizar al individuo; aunque, reitero, estoy haciendo reflexiones amplias, pues el espacio no me permite ir más allá. Así, espero, que esta cinta humanice, sensibilice al espectador, para que de esta manera esté mejor dispuesto al encuentro con el otro. ¿Será esto posible?
En conclusión, esta cinta conmueve a cualquiera, y se torna un poema magnífico gracias a su sencillez en la exposición de los sentimientos básicos de toda persona en su cotidianidad, como lo es el amor. Según Luigi Falorni, uno de los directores, este documental es “la prueba evidente de que nadie puede vivir son amor”. .
Andres Botero
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8
20 de febrero de 2024
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi “The Zone of Interest” (Zona de interés, 2023, Reino Unido-Estados Unidos-Polonia), dirigida y escrita por Jonathan Glazer [1965-], quien se basó a su vez en una novela de Martin Amis. El reparto está encabezado por Sandra Hüller (aplausos), la música es mérito de Mica Levi y la fotografía de Lukasz Zal (aplausos). Esta cinta es un drama en torno al Holocausto nazista durante la Segunda Guerra Mundial. Narra cómo el comandante del campo de exterminio de Auschwitz (que realmente era un conjunto de campos de concentración), Rudolf Höss, y su esposa, Hedwig, mantienen una hermosa casa con jardín a las afueras del complejo, generándose un contraste escalofriante entre dos mundos. Pero antes de hacer mi habitual análisis, pasemos revista a los componentes técnicos. En primer lugar, la fotografía es magnífica, igual que el sonido: logran golpear al auditorio, para crear sensaciones encontradas según el requerimiento del guion. En segundo lugar, la edición merece un premio, con escenas muy bien logradas, donde el espectador se siente conmovido por los contrastes, las escenas en negativo, la banda sonora y el final documental (muy metafórico, por demás) de mujeres haciendo aseo en el museo de Auschwitz en la actualidad. Eso sí, la narración se entrecorta varias veces, apareciendo líneas narrativas que no se desarrollan y que se dejan a la imaginación del espectador, y situaciones que aparecen y desaparecen sin una explicación que permita hilar una historia completa. Estamos más ante un filme enfocado en la imagen que en la historia que cuenta. No obstante, ¿esta falencia narrativa puede interpretarse como un elemento más de la normalidad y la banalización del mal de la que hablaré más adelante? En fin, esta película no es para cualquier espectador, pues no busca entretener con una narración con un principio, un desenlace y un fin. Aquí, estas reglas narrativas ceden ante la contundencia de las imágenes y el sonido.
Ahora pasemos a una reflexión a partir de la obra. El drama aparece con el contraste entre el mundo privado (el espacio vital, concepto tan caro para el nazismo, de la familia) y el mundo político (el espacio vital alemán que llevó a la puesta en funcionamiento de una fábrica de muerte de todo aquél considerado como inferior por el nazismo). El mundo privado, como he querido denominarlo, da cuenta de una mujer concentrada en asentar un espacio hogareño, ameno y hermoso, con jardines exuberantes, salones limpios, adornos hermosísimos y comida exquisita. Pero este mundo normal en lo privado está justo al lado de un mundo político que se muestra aquí como sombra del primero, como un telón de fondo. El primer mundo parece funcionar como si el segundo no existiese, pero los personajes y el espectador saben que el uno y el otro están unidos profundamente desde la cabeza del hogar, Rudof Höss, hasta el más pequeño de los personajes que hacen parte del espacio familiar; por demás, recomiendo leer el relato de Höss sobre cómo funcionaba esa fábrica de muerte (cito aquí la versión que leí: Höss, R. Yo, comandante de Auschwitz, trad. J.E. Fassio. Barcelona: Ediciones B, 2009), texto que él escribió antes de ser ejecutado por sus crímenes de guerra y que sirve de prueba tanto de la brutalidad nazi, como de la banalidad del mal (concepto de H. Arendt) que se ve, especialmente, en la normalidad con la que el mal atraviesa los mundos, privados o políticos, del momento.
La esposa, Hedwig, es la protagonista: ella sabe del mundo anormal, pero se comporta como si el mal que allí se hace fuese algo cotidiano o, peor aún, necesario. Pero ella no solo se hace la de la vista gorda, pues a veces, ella da muestra de su maldad cuando horroriza a sus domésticas esclavizadas. Un mundo del hogar y otro político, pero en ambos la maldad se enseñorea como algo normal, como algo debido, como algo necesario, aunque en un mundo lo hace de forma soterrada (en el hogar, la maldad, que se muestra como normal, se esconde en la faceta de lo entrañable), en el otro es más que evidente, con sus cámaras de gas y las chimeneas siempre escupiendo los restos de sus víctimas. Creo que el espectador le sacará mucho más contenido a esta cinta si ve el drama como fruto del encuentro, no siempre armónico, de los dos mundos antes señalados.
Así las cosas, está claro que este filme se ganó un sitio entre las mejores de este año, pero más por su calidad técnica y estética, y por el reto político que le impone al espectador de descifrar el drama en un encuentro de mundos, que por una historia bien contada. Quedó faltando, a mi modo de ver, un mejor desenlace narrativo, contar mejor una historia al público. Pero, insisto, una gran película, con una gran lección: nunca olvidar, para evitar que ese horror normalizado llegue a repetirse, independientemente de la bandera con que se presente, de nuevo, un mal banalizado y normalizado.
Andres Botero
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8
1 de febrero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi “La ciociara”, distribuida en español como “Dos mujeres”, (Italia, 1960), dirigida por nada más y nada menos que Vittorio De Sica [1901- 1974], quien cuenta en su haber con cuatro premios Óscar por sus cintas. El guion de esta película en concreto es mérito de Cesare Zavattini y del director, quienes se basaron, a su vez, en la novela homónima de Alberto Moravia. El reparto lo encabeza Sophia Loren (aplausos) y la acompañan Jean-Paul Belmondo, Eleonora Brown y Carlo Ninchi, entre los más importantes. Estamos ante un melodrama ambientado en la Segunda Guerra Mundial, específicamente en la lucha librada entre el Eje y los Aliados por las tierras italianas en 1943. La trama, en el fondo, es sencilla, pero el drama, muy complejo. Cesira (Sophia Loren) es una mujer que vive en Roma con su hija Rosetta, pero ante los bombardeos aéreos continuos a dicha ciudad, huyen al campo, justo al lugar donde Cesira creció: los montes de Ciociaria. Ver "zona spoiler". Esta película es, para muchos, un filme de culto, una obra cumbre de De Sica; sin embargo, para los ojos habituados al cine del siglo XXI esta cinta parecerá muy extraña, pues se enfoca, con muchos primeros planos e, incluso, planos subjetivos, en que el espectador pueda sentir las emociones de la protagonista, especialmente cómo ella, siempre tan fuerte, se derrumba cuando su hija es violentada por los soldados aliados. No obstante, a pesar de una centralidad del drama en torno a Cesira, se pasa revista al horror de la guerra, donde nadie, absolutamente nadie, sale bien librado. La guerra no es juego de niños, sino sepultura de los valores civilizados. En este caso, italianos, alemanes, aliados, etcétera, todos contribuyen por igual a enrarecer el contexto en el que Cesira se mueve, esperando darle un mejor-estar a su hija. Estamos entonces ante un cine que busca algo más allá del entretenimiento: vehiculizar las emociones, y sí que lo sabe hacer, pues Sophia está a la altura del reto que se le asigna, tanto que casi todos los premios recibidos fueron a “mejor actriz” (incluyendo un Óscar).
Me llama la atención del filme la dualidad que se plantea entre citadinos y campesinos, donde los primeros, con su forma de vestir y refinación en las palabras y sus historias, se contrapone a una cultura antes menospreciada, pero que ahora es la salvación de quienes huyen de la guerra. Esta dualidad queda clara en muchos diálogos de la obra donde se plantea las bondades de ser campesino en momentos así. Pero tal vez haya sido que los citadinos compartieron la angustia fruto de las deficiencias a las que ya se habituaron los campesinos, es decir, no es que los campesinos siempre hayan vivido mejor, sino que, en plena guerra, todos los civiles quedaron nivelados por lo bajo, con la ventaja de que el campesino tenía acceso a ciertos alimentos, que no es poca cosa en estado de guerra.
También se dan cita en la película personajes de todo tipo, desde el idealista filósofo, amante de la Biblia y cercano a las ideas partisanas (la guerrilla italiana antifascista y antinazista), que muere en manos de los alemanes, así como los padres de familia más mesurados en sus opiniones y acciones, que solo quieren que la guerra acabe para seguir sus vidas citadinas como si nada hubiese pasado. Seguir en los diálogos a los personajes, y mediante la imaginación propia llenar los silencios en torno a cada uno, permite que el espectador concluya la cinta al hacer un desarrollo propio de varias personas tan distintas unas de otras, pero que conviven, como pueden, mientras la guerra pasa alrededor de ellos.
Ahora, algunos críticos se centran en si este filme es antibélico. Claramente lo es, pero no creo que la guerra sea una protagonista, sino más bien un ambiente que propicia el drama, el cual emerge de la relación madre-hija y las emociones que dominan a la primera en torno a cómo sobrevivir de la mejor forma. La madre quiere reflejar que puede con todo, pero su hija, como es de esperarse, sería su punto débil. Esta es, a mi modo de ver, más una obra dramática que una bélica.
Agrego que esta obra inspiró en parte la que dos años luego dirigirá Nanni Loy denominada “Le quattro giornate di Napoli” y “La pelle” (1981, Dir. Liliana Cavani), donde se narra, como en esta De Sica, un tema álgido: las violaciones y el comportamiento perverso de muchos soldados aliados, específicamente marroquíes, que combatieron en Italia contra el fascismo y el nazismo. Este es un tema tabú pues removerlo implicaría cuestionar el nuevo orden mundial occidental, liderado por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Recordar esos exabruptos podría ser confundido con simpatizar con el fascismo y el nazismo, de manera tal que solo el cine, gracias a su aire de inmunidad que tiene por ser arte y por la actitud crítica de De Sica, asume la tarea, aprovechando que ya ha pasado algún tiempo de los hechos, de ser memoria para sus conciudadanos. Eso sí, queda para el debate si esta denuncia de su momento al comportamiento de los soldados norafricanos es parte de un racismo que debe ser denunciado o, por el contrario, es un legítimo acto estético para un “nunca más”. No estoy en condiciones de zanjar esta disputa. Finalizo con una reflexión sencilla: el gusto por el cine debe ser alimentado. ¿Cómo? Viendo cine de culto, los clásicos y comparar para poder distinguir. Cuando se notan las diferencias entre épocas, entre escuelas, entre directores, etcétera, es cuando se puede apreciar por qué hay mejores cintas que otras. Incluso, solo por este motivo, es que sugeriría al lector ver esta película, emocionarse y entristecerse con Cesira, para deleitar una obra bien construida y que quedará como un recordatorio del buen cine. 2024-01-30.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Andres Botero
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6
11 de febrero de 2023
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Vi “Operación Causa Justa” (2019, Panamá), dirigida por Luis Franco Brantley y Luis Pacheco, con guion hecho por varias manos: Carlos Carrasco, Joaquin Horna Dolande y Manolito Rodríguez. Estamos ante una cinta que pivotea entre los géneros dramático y bélico, que narra, con base en diferentes líneas de vida de personas del común, la invasión del ejército de EE. UU. a Panamá el 19 de diciembre de 1989, durante el gobierno de George H. W. Bush, con miras a terminar con el gobierno dictatorial del general Manuel Noriega (que antes estuvo respaldado por el país invasor). Al respecto, sugiero ver el documental “Invasión” (2014, Panamá) escrito y dirigido por Abner Benaim.
Como lo mencioné con anterioridad, la película gira en torno a dos ejes. El primero de ello, el dramático. Aquí se expone con elocuencia el drama que implicó para algunos soldados (que estaban entre dos fuegos y una pasión, el fuego de los defensores de la dictadura y los del ejército yanqui, y la fuerza del patriotismo que los llenaba de dudas sobre qué hacer) y de varios civiles (que suelen ser las víctimas injustas, desde todo punto de vista, de la guerra, algo que va más allá del frío concepto de “daño colateral”). El problema de la obra cinematográfica está en el segundo eje: el bélico.
El filme intenta exponer escenas bélicas, pero tristemente el resultado es malo, lo que tiene una explicación. El género bélico es de los más complejos y costosos que puede haber. Incluso, el cine comercial poco ahonda en este género por los costos de sus escenas, sumado a la dificultad de transmitir las emociones de una batalla al auditorio; sin embargo, cuando lo hace, es con muchos recursos lo que ha sentado un estándar muy alto. Por ese estándar es que al cine independiente, que suele adolecer de recursos, le queda muy difícil hacer cine bélico, pues su espectador está habituado a escenas de guerra muy bien logradas. Aquí, en esta cinta, las escenas bélicas dejan mucho que desear y se notan las dificultades de mostrar con realismo la acción y las emociones de los combates.
En este sentido, si las escenas bélicas hubiesen sido secundarias, si la película se hubiera centrado en el drama humano y la guerra estuviera presente solo como telón de fondo, la cinta habría sido mucho mejor de lo que fue.
Otra escena que me pareció terrible está en la supuesta fiesta organizada por uno de los protagonistas, la misma noche en la que se produjo la invasión, en la que solo se pone una canción (¿una fiesta que supuestamente duró toda una noche con una sola canción?).
Llama la atención lo que implica al ciudadano de a pie, así como para el soldado panameño, el dilema de qué hacer: defender al país del invasor (y por ahí derecho al dictador) o no luchar contra el invasor (lo que supondría una traición, pero, tal vez, más democrática). ¿Qué hacer?
Igualmente, esta obra sirve de excusa para reflexionar sobre la legalidad y la legitimidad de las acciones militares no autorizadas por el Consejo de Seguridad de la ONU en el mundo, ya sea para sacar a un dictador del poder o por motivos humanitarios.
Entonces, el filme da motivos para reflexiones importantes, a la vez que muestra dramas tan genuinos como hondos. Lástima los errores de producción y las escenas de acción tan poco convincentes. (2023-02-09).
Andres Botero
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9
25 de julio de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi “Jojo Rabbit” (2019, Nueva Zelanda), dirigida, escrita y protagonizada por Taika Waititi [1975-], quien a su vez se basó en la novela “Caging Skies” (2008) de Christine Leunens [1964-]. Taika no ha tenido una gran carrera en el cine, ni antes ni después de esta cinta, pero logró, como lo dejaré claro más adelante, sentar un hito en la industria cinematográfica con esta película. La música es de Michael Giacchino (aplausos) y la fotografía de Mihai Malaimare Jr. (aplausos). El reparto es de lujo: Roman Griffin Davis (aplausos), Scarlett Johansson (aplausos), Thomasin McKenzie (nada mal), Taika Waititi (aplausos) y Sam Rockwell (aplausos con ovación), entre los más importantes.
Se trata de un filme que mezcla la comedia ligera con el drama psicológico e histórico, en la que Jojo “Rabbit” Betzler (Roman Griffin Davis), un niño alemán de las juventudes hitlerianas, que tiene como mejor amigo imaginario al propio Hitler, debe afrontar su nacionalismo con su humanismo, cuando descubre que su madre (Scarlett Johansson) esconde a una adolescente judía (Thomasin McKenzie).
Ahora bien, iniciando, como suelo hacerlo, con lo estético, la obra está muy bien lograda. Podríamos decir que es más que correcta. La música y la fotografía vehiculizan las emociones del público. Las actuaciones son espléndidas dentro del límite del género (comedia y drama) y, finalmente, el guion, por su rareza y excentricidad, logra descollar frente a otras cintas de su momento. Por lo anterior, no nos sorprende que haya sido nominada en muchos festivales y premios (por ejemplo, ganó en los Premios Oscar la estatuilla por “Mejor guion adaptado”). Sin embargo, hay algo que ha generado una fuerte polémica en relación con el género. Resulta que el director le apostó a un producto que fuese la síntesis de dos géneros que rara vez se la llevan bien: la comedia ligera y el drama histórico. De un lado, la cinta está cargada de humor ligero (que por las circunstancias que narra parecería que se desliza al humor negro), que tiene sus propias reglas; del otro, al drama histórico, que convoca a la reflexión sobre la xenofobia y la dictadura, que tiene, a su vez, otras normas. ¿Cómo conciliar la risa con la criticidad? ¿Cómo ofrecer un producto ligero a la vez que profundo? Equilibrar ambas cosas es extremadamente difícil, sumado a que la narración apuesta a algo que, de entrada, prende las alarmas de un rotundo fracaso (¿una historia donde un niño tiene como mejor amigo imaginario al propio Hitler? ¿No se sentirán ofendidas las víctimas del nazismo con una cinta de humor sobre dicho período?). Muchos críticos han considerado que en la mezcla de géneros está el gran error de la película. En cambio, pienso que Waititi, a pesar de los pronósticos, logró lo impensable, algo que solo pocos pueden hacer, como Wes Anderson [1969-], ayudado, en este caso, a que ya ha pasado un buen tiempo de la barbarie nazi lo que permite nuevas miradas sobre ese período. Entonces, estamos ante un filme sólido tanto para el entretenimiento ligero como para la reflexión crítica de lo que aconteció en la Alemania nazi. Es muy raro, es demasiado excepcional, pero lo hizo. Tal vez, y en esto cedo a los críticos que han minimizado la obra, el final es algo cursi y no está a la altura del resto de la narración, pero Waititi necesitaba que el público quedase bien, con una buena sensación al momento de salir del teatro.
Pasemos a temas de contenido. La cinta hace reír y no en pocas oportunidades, pero lo que más me llamó la atención es que pone el arte y la comedia al servicio de la reflexión crítica. En este sentido, rompe el marco de comprensión y de presentación tradicional de los horrores del nazismo, para llevarnos al mismo sitio común (la exposición de la maldad absoluta) por medio de la comedia y sí que lo hace, al hacernos visible la miseria de los “nadie”, los que no eran considerados dignos ni siquiera de duelo, todo al confrontar la mirada de un niño, a quien le han lavado el cerebro, con su propia humanidad. El niño, a pesar de ser parte del engranaje asesino, sigue siendo un niño, y esta ingenuidad de la corta edad catapulta su encuentro originario (poniendo en cuestionamiento los prejuicios) con el otro, mediado, y quien lo iba a creer, por Hitler, quien aquí es representado no como el sanguinario dictador, sino como un divertido amigo imaginario que, a pesar de su oposición a ese encuentro originario del niño con el “enemigo”, lo termina posibilitando. El espectador se ve así inundado de sentimientos, los mismos que pasan por la cabeza y el corazón del niño. El espectador, por la genialidad del director, logra sentir lo que siente Jojo, su alegría, sus miedos, su tristeza, etcétera. Y justo en ese vaivén de emociones, en especial cuando el sistema hegemónico se ensaña con su madre, es que se oye una frase que revienta todo: "deja que todo te pase, la belleza y el terror, solo sigue adelante, ningún sentimiento es definitivo”. No hay sentimiento que detenga ni deba detener el (ni mi) mundo… todo pasa, sigue adelante, vive, aprende del dolor, maximiza la alegría, vive lo mejor que puedas en la tragedia, que el dolor y el miedo pasarán cuando los veas a la cara. VER SPOILER.
Por todo lo anterior creo que esta película se volverá (si es que ya no lo es) un filme de culto y su director entró en las grandes ligas, emulando a un cineasta que sabe contar historias equilibrando la alegría, el entretenimiento y la ligereza, con la profundidad de la reflexión sobre el drama humano, como lo es Wes Anderson.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Andres Botero
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