A estas alturas de la serie, los críticos que interpretaban y reinterpretaban los significados ocultos, así como exaltaban el genio de Lynch, están algo callados.
La serie en esta temporada no tiene ni sentido, ni un argumento interesante, ni una fotografía llamativa, ni una interpretación aceptable, ni nostalgia, ni magia, ni efectos dignos, ni nada. Todo se limita a un intento de Lynch de desplegar un universo propio, y aburrido, lleno de supuesto surrealismo. Pero que Lynch no es Buñuel, lo sabemos todos.
Los que hemos aguantado el tipo estos 16 capítulos, ha sido por esa nostalgia que sentíamos hacia una serie memorable, y que fue revolucionaria. Y aunque dentro de sus paranoias propias, todo tenía un argumento, un hilo conductor.
En este caso, Lynch rompe con todo, para intentar hacer algo tan novedoso que parece que se le va de las manos. Cada episodio guarda poca relación con el anterior, los actores están muy desperdiciados, los guiones son horribles, y así un largo etc. Es una pena que tras esos 25 años que anunciaba Laura Palmer en el último capítulo de la segunda temporada, lo único que ha hecho Lynch y Frost, sea esta tanda de capítulos absurdos con efectos especiales ridiculos.