Con “dolor” y poca gloria, escribo estas líneas. Esperaba ver otra película. Y es que hay gestos que, aunque medidos, sacan de la película a cualquiera. O, por lo menos, a mí.

Almodóvar ha buscado ralentizar el brío natural de Banderas y lo ha conseguido, sí, a cambio de acercarlo a otro Antonio, pero Gala. Se percibe que el director ha querido que alguien hiciese de él pero sin que se notase… y efectivamente ha conseguido que no se note o, peor, que se parezca a otro. Me imagino a Banderas pensando que nada mejor que acoger para sí la sensibilidad, feminidad y profundidad de su tocayo. La relación de guiños y muecas a lo Gala no deja de sorprender y, pese a los esfuerzos del actor, termina por perjudicar la credibilidad del personaje.

También Penélope sale tocada. No sé quién se empeña en hacer de ella una humilde extremeña, murciana, andaluza –o todo a la vez–, cuando demostrado queda que los acentos no es lo suyo. Sabiendo esto, forzar el personaje en este sentido, me parece una decisión errónea.

Se salva –con nota– la suavidad y naturalidad del relato, los colores y la luz del Mediterráneo. También los actores, secundarios y de reparto. Ellos salvan la película.

En Suiza, un italiano le dice al protagonista (Carlos Iglesias) que le han destrozado el coche nuevo en su Italia natal, que no se lo han robado sino que directamente se lo han destrozado. "Somos un país de envidiosos y crueles", termina diciendo. El protagonista lo tiene claro, sin dudarlo responde: "Los países no son los crueles, es la miseria la que es cruel".

Así es esta película. Fluida, simpática, dura y pegada a la realidad. Los países ricos, los países pobres. Hoy unos, mañana otros. Ni las personas ni los países son crueles. Es la miseria la que es cruel.

Le costó arrancar, quizá más de la cuenta. La película es larga, más plana que de costumbre. Con planos y encuadres marca de la casa, magnífica fotografía, colores vivos, bien sesenteros, a veces pictóricos y travellings para todos los gustos. La música acompaña, te lleva donde quiere. De la risa (tampoco mucha) al suspense y, a veces, directamente al terror (la escena en el rancho Spahn es un buena muestra de ello).

No obstante, durante la película hay constantes goteos de carteles, películas y actores que me parecieron que ralentizaban el ritmo. También Rick Dalton (Leonardo di Caprio) tiene una pareja de vecinos que no se sabe muy bien qué pintan en la trama. La historia de Cliff Booth (Brad Pitt) y su mujer queda poco definida, por decir algo. Me da la impresión como que el puzzle no acaba por encajar del todo y que a la película le falta algo hasta que al final... Tarantino vuelve a aparecer. Yo sé que intenta por todos los medios que nos durmamos durante la película para, después, casi llegando al final, despertarnos con un "final feliz" tarantiniano. Pero no lo consigue (lo de dormirme me refiero) porque sería capaz de ver la película hasta con el mute puesto.

Tarantino vuelve a aparecer, a su estilo, y te lleva donde quiere o, mejor, le llevas tú donde quiere él... quizá a por un Oscar más.