Nubes bañadas por atardeceres se trasladan sin rumbo.
Carreteras infinitas son custodiadas por ellas.
Dos mundos paralelos.
Y dos personajes que abanderan cada uno de estos.
Los desvanecimientos de Mike (River Phoenix) son la clave que une las piezas de un puzle desparramado.
Scott (Keanu Rives) salta de un mundo a otro con ligereza, con soltura, sin mirar atrás.
Ambos dos, conviven con la amistad, la traición, el amor, la locura que provoca la juventud y la que envuelve a los marginados. Se rodean de ladrones y del deseo.
Los dos venden sus cuerpos, pero por distintos motivos.
Mike, se aferra al pasado, le duele, pero lo persigue, como un pez remontando el río. Desesperado busca alcanzar el final de esa carretera, aunque es el principio. Pero su sueño le pierde, lo transporta en la dirección de la veleta. Él despierta y sigue caminando, con naturalidad, como si nada.
Nada tiene sentido, pero Mike cada vez ve todo más claro. A pesar de que son demasiados los silencios que martillean su mente, que separan las piezas.
Scott, camina sin prejuicios, ni ética alguna. Juega a dejarse amar y a poseer, bajo el velo de la seducción. Acompaña a Mike en su búsqueda, o eso creen todos. En realidad, ejecuta un plan. Arrastra a todo aquel que envenena. Veneno extraído del odio que siente hacia su padre. Este se lo demuestra cambiando de mundo. Bailando, riendo y follando con degenerados, con aquellos que, sino fuera por este motivo que lo ciega, ni se dignaría a mirar. Lo hace como si hubiera nacido para ello, está hecho el traje a su medida. Hasta la muerte. Después, simplemente tiene que cambiar de acera.
Hasta entonces remontan juntos el río, como peces que se acompañan, contracorriente y sin miedo al presente.

Drive es un película que, aún teniendo un guión extremadamente simple, posee una factura muy cuidada. Pero no sólo por ello me parece notable. Es un tipo de obra auténtica, que mira hacia adelante sin ningún tipo de complejo, sabiendo que la van a lapidar por sus múltiples y evidentes referencias. Pero para mí llega más lejos. Es capaz de acceder con elegancia por la puerta grande y unirse a ese elenco de piezas maestras que apuestan por marcar un hito en la historia del cine en cuanto a su propuesta estética. Me parece una sabia mezcolanza. Lo mismo que hicieron otras en sus respectivos momentos. Por recordar algunas: El Cuervo, Matrix, Amelie, Avatar, ...
Aunque, insisto, hay películas mucho mejores, resulta una propuesta muy interesante, de las que crean tanto defensores , como detractores a ultranza.

Los colores anaranjados tierra y los verdes azulados predominan y tiñentoda la paleta restringida, apagada y desaturada de los ambientes creados por Kaurismaki para sus personajes. Todo es irreal, la luz y la sombra pura no existen. Todo se desarrolla en una penumbra con un selecto abanico de matices, tanto en la noche, como en el día. A pesar de ello, está todo tan bien construido que, pronto, se hace verosímil. Nos presenta a unos personajes crudos, parcos en palabras, algo robotizados en sus movimientos y con sus emociones congeladas. Tienen un tempo muy pausado, pero, como uno de los personajes dice, siempre avanzan hacia delante. El rojo cálido de la escena parece apoderarse de sus corazones. El protagonista se convierte en el motor de la acción de inyectar vida a todos aquellos que acaba de conocer. Pero, para que se haga soportable, en unas dosis pausadas, que van actuando sin prisa. Las palabras nunca se precipitan, antes de nada sus ojos observan, sus cuerpos escuchan y en ocasiones la música también tinta de dulce melancolía la rigidez de sus, hasta ahora, insignificantes vidas. Son como marionetas que han estado demasiado tiempo a la espera de recibir ese movimiento, ese calor. Y, es curioso, que acaba haciéndolo un desconocido, quien no recuerda nada de su pasado y por ello es el único capaz de hacer uso de sus instintos más primarios.

Una historia entrañable. Divertida y trágica, como la vida misma.
En ocasiones se no olvida que existen más lenguajes que el nuestro. Es una de los grandes trabas para que las relaciones funcionen.
Hay personas que encajan con más facilidad que otras en la sociedad que les ha tocado vivir (esto es algo que no elegimos). Y no porque sean mejores, quizás tan sólo sean más diestras en las habilidades que afectan a la supervivencia (entre otras el apropiado uso de la mentira). Sin embargo, no es este el caso de Adam.
Adam, es un joven alto, guapo e inteligente. Y a pesar de poseer estas cualidades (gratamente apreciadas en nuestra sociedad), algo falla en él, ya que no se siente aceptado. Desprende ternura su insaciable inocencia, y su sinceridad tan extrema no hacen más que perjudicarlo en sus intentos de integración, llevándolo a un inevitable sentimiento de incomodidad, cuando se presenta en sociedad.
Su suerte cambia al topar con Beth, una atractiva joven que va a ser su vecina. A Beth le hace gracia esta ingenua torpeza del muchacho. Y aun siendo precavida y muy consciente de los inconvenientes que puede arrastrar el relacionarse con alguien así, decide arriesgarse y apostar por el amor.
Incluso los especímenes más raros tienen derecho a amar y ser amados. Y por suerte para ellos, siempre hay algún ser en este mundo que se deja seducir olvidándose de lo que a otros les da miedo.
Un órdago en toda regla.
Al fin y al cabo, ¿que relación es fácil?